top of page

Trip [Indonesia, 2016]

Pablo Trochon

Indonesia intensa

Una posible ruta



Por el país infinito de las más de las diecisiete mil islas, los setecientos idiomas, las tres mil danzas y los doscientos ochenta millones de personas; el país que no nos daría la vida para visitar, no tanto por su extensión sino por la rabiosa fragmentación que hace a una riqueza cultural inconmensurable. En esta ocasión, una caprichosa selección de destinos entrañables para descubrir todo lo que se esconde detrás de Bali.



Proveniente de la trendy Singapur, y arribado a la isla de Sumatra, combino dos buses por 7 usd hasta Bukit Lawang. La brisa se cuela por la chapa ardiente. El paisaje es tropical, la vegetación profusa, las casas a dos aguas. Ríos selváticos, montañas de frutas por doquier.

  Camino un kilómetro adentrándome en una zona hermosa, muy tranquila y apacible, y la guesthouse Wisma Leuser Sibaya (5 usd por habitación), me cautiva por estar a la vera del río. Pero es a la vera de una cerveza que conozco a Inong, con quien arreglo el trekking de mañana (40 usd) y quien luego terminará estafándome. Tras varios meses de comida asiática me ofrendo un pollo asado con puré, plato que no es muy frecuente. Se podría hablar también sobre los baños: que en general son tazas en las que no hay papel sino un simpático baldecito con agua para arreglarse con la higiene pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.



De estafas, orangutanes y huidas por la selva

   Tras un jugo de naranja y zanahoria y un panqueque de banana, arranca la aventura y la caminata breve hacia el interior de la selva desemboca en lo inmediato sobre un grupo de monos Thomas Leaf y un orangután macho enorme. Poder observarlo por largos minutos, allí en su hábitat natural y sin molestarlo, es fantástico.

  Ocho orangutanes más tarde, y con la felicidad a cuestas, yo que había descreído de las advertencias, tengo la fortuna de encontrarme con Mina y su cría. The Queen of the Jungle, famosa por haber mordido a setenta guías (ver en Youtube) tras una rehabilitación penosa a causa de sus años en cautiverio, en principio se muestra con el ceño medio adusto, mientras los locales temerosos la alimentan. Pero esta especie de peaje para que no desate su agresividad no resulta porque, un par de horas después, mientras almorzamos en el medio de la foresta, con las manos (los cubiertos no son muy usados por acá), arroz con una mezcla picante de fideos fritos y huevo y de postre ananá, vuelve a aparecer la orangutana.

  Esquivando las indomables raíces de los árboles, comienza una carrera colina abajo, mientras la mole de marrón peludo nos sigue pocos metros atrás agarrándose de los árboles. Minutos más tarde, y dada la persistencia, uno de los guías decide frenarse y distraerla hacia otro lugar. Al día siguiente nos enteramos de que posteriormente persiguió a otro grupo y terminó mordiendo a su guía. Téngase en cuenta que la mordida de un orangután no es la de un becerrito.

  La violencia de estos animales es consecuencia del maltrato al que los seres humanos los hemos sometido y, ya que estamos, recordemos que el consumo de productos que contienen aceite de palma incide directamente en la posibilidad de un futuro para los orangutanes. Gracias.

  Finalmente, a las cinco, luego de algún pavo real, llegamos al campamento, donde hay más monos y unos lagartos enormes que nadan en un arroyito. La suite consiste en una plataforma con techo de cañas, nailon viejos como paredes y un colchón sucio sin tela mosquitera. Quedará rogar que no aparezca la mona y cenar arroz (ah, sí, sí, acá las tres comidas son a base de arroz), curry de verduras, pollo frito y un tofu con maní riquísimo.

  Al día siguiente regresamos al pueblo en una hora, no cumpliendo el acuerdo que implicaba tres o cuatro horas más en la jungla y entonces comienza una telenovela en la que algunos lloran, el jefe de la asociación de guías se muestra dispuesto a denunciar a Inong, todos dicen no haber recibido pago alguno, otros amenazan y después piden plazos, el jefe de policía se hace el sota y se me ríe en la cara, los locales se hacen los perturbados por esta ficha, que hace lo que quiere, pero al final todos terminan tomando mate juntos y comiendo fritas en tu cara. La odisea me consume un día (por suerte la dueña de la homestay me regala la noche porque le da vergüenza el complot) y no recupero nada así que sigo hacia adelante. Si Mina no me comió, no me va a arruinar el viaje este pibito haciendo las del débil.

  Mis últimas horas en Bukit Lawang me regalan una larga cueva, con varios recovecos, plagada de murciélagos, arañas, milpies enormes y golondrinas con sus nidos, el río Landak y algún churrasco a la pimienta. Horas más tarde me encuentro en la isla Samosir, ubicada en el medio del lago Toba, el más grande de origen volcánico, donde viven los amigos de la etnia batak.



De naufragios (casi), tortugas y dragones

  Algunos días después, y tras pasar una noche en el ferry público que cruza de Bali a Lombok viendo peleas de kickboxing, me encuentro negociando en Senggigi una aventura que saco por cien dólares.

  En Mataram nos abastecemos de cervezas para el viaje y tomamos dos horas en llegar al puerto, donde nos espera una embarcación que muy lejos está de lo que imaginaba para cuatro días en alta mar. Sin mucho preámbulo zarpamos. Tomo sol, luego una cerveza y fumo mirando el atardecer. El nublado feo deriva en una lluvia que nos lleva a refugiarnos en el entrepiso que hace de dormitorio. Trabajo como la situación me permite en una nueva novela y en algún momento me duermo arrullado por el vaivén.

  A las siete, el café con panqueque de banana, y más tarde una pequeña caminata por la selva de la isla Moyo, siguiendo el río hasta llegar a una cascada que tiene algunas ollitas. Disfrutamos de una buena jornada de snorkel y luego visitamos la isla Satonda, que tiene un lago adentro. Hago otra pequeña caminata montaña arriba para tener una vista panorámica.

  A las dos de la tarde, ya mar adentro, se desata una tormenta muy heavy que dura más de catorce horas, las cuales pasamos mayormente rezando en el entrepiso (o empezando a aprontar un bolso impermeable con las cosas de valor por si la catástrofe ocurre), acostados, soportando las sacudidas de este cascarón. No duermo nada porque tengo que cuidar mi mochila del agua que entra por uno de los laterales.

  Recién amaina a la mañana temprano así que duermo un poquito hasta las 9.30, cuando llegamos a una isla que aloja un par de cerros con una bella panorámica. Hacemos otro poco de snorkeling y tras almorzar arroz con algo, vamos a Komodo. Allí el guía, en lugar de las dos horas pactadas, camina veinte minutos y, aduciendo estar cansado, nos lleva a ver un par de dragones que están ahí echados y que creo mantienen drogados y/o alimentados para contentar a los turistas. Y a los ciervos y los jabalíes, nadie les da bola.

  A continuación, nos dirigimos a la playa rosa, cuya arena adquiere ese color por el polvo rojizo de los corales desintegrados, donde el snorkeling es fantástico. Tengo la oportunidad de nadar con una tortuga por varios minutos.

  Con la caída del sol, salen los zorros voladores, unos murciélagos enormes pero que apenas se alimentan de polen y néctar y que habitan en árboles. La jornada concluye acabando la reserva de cervezas y dándonos un rico chapuzón nocturno.

  Llegando al fin de la travesía por las aguas turquesas y sus colinas y sus acantilados, visitamos para bucear la pequeñita isla Kanawa y otras que no me acuerdo el nombre. A la tarde desembarcamos en Labuan Bajo, en la entrañable isla de Flores, y fin. Ha sido interesante navegar tanto tiempo y el paisaje es bellísimo, pero deberían mejorar el servicio por lo que cobran: el barco es chuminga, la comida pobre y el guía un vago que nunca supo cuántos éramos y ni se preocupaba por que todos recibiéramos la información o los servicios.



De tribus, rituales y bailoteos

  Flores es muy bonita y agreste, tupida de montañas selváticas llenas de curvas y, gracias a que no es tan turística, donde se encuentra la gente más linda de Indonesia.

Habiendo comido toda la carne que no pude en mis días de marino arribo a Bajawa, el poblado más alto y fresco de la isla. Allí arreglo con un guía, Santos Dionisios, para hacer una recorrida en moto (10 usd) por las curvas rutas flanqueadas por cañaverales de bambú que conectan los pueblos tradicionales.

  Durante siete intensas horas asciendo el neblinoso monte Watunari Wowo y recorro maravillado las villas de la etnia Ngada de Bela, Luba, Bena, Gurusina, Tololela, todas apoltronadas alrededor del imponente volcán Inerie, coronado de nubes.

  De emplazamiento rectangular en terrazas, poseen en el centro altares de sacrificio, tumbas de los ancestros (algunas acompañadas por fotos muy copadas) y espacios ceremoniales con Ngadhus, de género masculino, que se asemejan a una enorme sombrilla de paja y es levantado en recuerdo de los miembros ya fallecidos de la comunidad. Su contrapuesto femenino, la Bhaga, se parece bastante a una casa en miniatura.

  Las casas de techo de paja alto tienen un cuarto privado para dormir y cocinar, al cual se puede ingresar solo si se realizan sacrificios de gallinas para pedir permiso a los ancestros; uno semipúblico, para reunirse, y uno público, que es la galería donde hacen artesanías.

  En algunas, los postes embadurnados con sangre de búfalo por la reciente construcción de una choza, hieden bastante. Como en varios pueblos conquistados, el sincretismo religioso ha sido el camino de la supervivencia, por ello el animismo y el cristianismo se conjugan por doquier. Aquí la gente es muy amable. Sonríen; no pocos se dedican al telar. Se ven camisetas de Messi y del Kun Agüero. Las viejitas mascan una mezcla de tabaco, nuez de areca y cal y se tiñen los dientes de rojo mientras los choclos se secan al sol.

  Después de jugar con unos niños en las termas Malanage, la jornada culmina en una boda, a la cual yo mismo me invito. Cita, como es habitual, en una carpa colorida y abierta a los vecinos, la ceremonia consiste en la entrada al salón, el saludo a los novios y a sus padres (con la arrimada de algún morlaco), un té o café y el sentarse a esperar horas hasta que entren todos, recen, hablen los maestros de ceremonia, todo siempre musicalizado por una orquesta que toca, todo menjunjado, música típica, oldies y boleros en un español chirriante.

  Luego, ordenadamente nos servimos la comida (no hay mesas) y empieza a correr el arak, una de las ventajas de no estar en la zona musulmana del país, que es vino de arroz anisado de bajo costo. Vendrán entonces divertidas sesiones de baile, en el que tanto las danzas tradicionales como el rock o el pop están muy coreografiados, y a las que me pliego como uno más.



De muertos y tradiciones que dan miedo

  Quedan en el recuerdo los últimos días en Flores: el ascenso al espectacular volcán Kelimutu con los lagos que ocupan sus tres cráteres y, posteriormente, el descenso por un hermoso sendero que sin querer me lleva a una escuelita rural, donde entablo conversación con la maestra y juego con los chiquilines. Ha pasado también el intermezzo malayo en el Parque Bako con las decenas de avistamientos de monos prosboscis y he vuelto al país.

  Ya en Rantepao, en la isla Sulawesi, contacto a un chico de Couchsurfing que por 25 usd al día, me lleva en auto a recorrer Tana Toraja. Aquí la gente tiene una relación muy especial con sus muertos, a los que mantienen momificados en sus casas por un año o más hasta que reúnen el dinero necesario para el funeral, en los que se sacrifican regularmente veinticuatro búfalos, y entonces sí los sepultan.

Si esto aún no sorprende, vale decir que cada tres o cuatro años, en agosto, se lleva a cabo el Ma’ nene, momento en que se reúnen con sus finados sacándolos de los nichos para limpiarlos y acicalarlos, y por qué no tomarse alguna selfie. Este evento, macabro para muchos, implica alegres jornadas de reencuentro y es un imperdible del inquietante mundo asiático.

  Recorremos las villas de To’Barana, Palawa, Tinimbayo, Lo’ko Mata, Batutumonga, Bori Kalimbuang, Kete Kesu, Lemo, Londa, que tiene unas cavernas super profundas y laberínticas, y Buntu Pune, siempre con Guns N’ Roses, que es la banda sonora indonesia. Sus chozas, enfrentadas a versiones en miniatura que funcionan como depósito para el arroz, poseen un característico techo de paja a dos aguas, exhiben finas pinturas sobre madera labrada y están adornadas con cuernos de búfalo y mandíbulas de cerdo como marca de estatus. En las cercanías, los sarcófagos se ubican en nichos que se labran muy rudimentariamente en rocas, en cuevas (a veces colgando) e incluso, en una época pasada, a los bebés se los introducía en árboles hasta que estos naturalmente cerraban las hendiduras, permitiendo la liberación de los jóvenes espíritus.

  Montañas de huesos más tarde, pasamos por el mercado Bolu, que se especializa en animales para sacrificios, siendo los cerdos los que se hayan en peores condiciones puesto que aguardan vivos, empaquetados con cañas e hilos que los dejan inmovilizados, que se los lleve el mejor postor. Allí son los búfalos blancos jóvenes los más costosos, llegando a valer hasta diez mil dólares.

  El negocio de la muerte es muy lucrativo porque la matanza no se restringe a ceremonias funerarias sino que alcanza también nacimientos, bodas, construcción de nuevas casas, erección de monolitos y las fiestas de acción de gracias, e involucra a quienes crían animales, los que realizan los ornatos, los verdugos (que se quedan con la piel y un poco de carne) y cocineros.

  El último día asisto a un funeral en Sangalla. El cajón preside la ceremonia entre flores mientras familiares, vecinos y turistas se ubican en unas casetas montadas especialmente para compartir café, bananas, macitas y disfrutar de la matanza y los descuartizamientos. Omito el relato por lo cruento y por la amargura que me produce haber asistido. Pero es eso: viajar es un aprendizaje constante.

  La ruta lleva hacia Kambira, Tampangallo y Suaya, donde hay tumbas nobles, que se distinguen por las efigies de los ancestros, que han podido costear las pudientes familias, llevando accesorios que fueron usados en vida como sombreros o lentes. Estas se ubican mirando hacia el pueblo para velar por los vivos

  Se larga gran diluvio en Papa Batu, mientras visitamos los preparativos que están haciendo para la ceremonia de acción de gracias, todo decorado con el típico color amarillo. Un tipo talla huesos cual madera, cerca de una antigua casa tradicional con tejas hechas de roca.

  Mucho deparará Indonesia. El duro ascenso por las cenizas volcánicas del Rinjani quedará en mis piernas tanto como el olor a azufre del Ijen en mi campera y la gente de Probolingo en el corazón. Y un poco más lejos, el regreso a nuestro Montevideo. But no matters road is life.

26 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

コメント


© 2023 by NOMAD ON THE ROAD. Proudly created with Wix.com

  • b-facebook
  • Twitter Round
  • Instagram Black Round
bottom of page