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Trip [Annapurna, 2016]

Pablo Trochon

Trece días en los Himalayas

Crónica de una aventura a pie, y a corazón

 



Prólogo

Dado que Nepal es el tercer país con menos desarrollo del mundo y que aún no se recupera del terremoto de 2015 –entre otras cosas por un gobierno corrupto que ha malversado varios de los fondos donados-, es muy importante la visita de los viajeros porque se colabora con un pueblo seriamente empobrecido.

La bella, bulliciosa y desbordante Kathmandu es el paso obligado para tramitar los permisos en la Nepal Tourism Abroad, comprar artículos de trekking por precios realmente bajos, entre los que recomiendo una botella recargable para el agua, a fin de no generar residuos, dos power bank y ropa útil para todas las temperaturas.

A continuación, es necesario trasladarse a Pokhara, donde se puede alquilar equipamiento que no vale la pena comprar, conseguir alojamiento que servirá de depósito del equipaje que no debemos cargar y comprar pastillas para el mal de altura. En este sentido, se recomienda no subir más de 1000 m por día, y en caso de que aparezcan dolores de cabeza o mareos, tomar la medicación, descender hasta la aldea anterior y descansar hasta aclimatarse.

Si bien en los Annapurna, ruta del Himalaya nepalí, similar a la archifamosa que conduce a la base del monte Everest, existe un circuito principal, la duración en kilómetros y días depende mucho de las ganas, ritmo, aptitud y tiempo del viajante, puesto que se puede iniciar y abandonar en varios sitios, y que hay decenas de caminos alternativos.

Puede realizarse sin ninguna dificultad y sin la necesidad de guías porque entre la cantidad de viajeros (que no impide caminar por horas solo si así se desea), los senderos señalados, la cantidad de aldeas del camino y el perfecto funcionamiento del gps, resulta realmente muy difícil perderse.

 

Días 1 a 4: Besishahar – Chame (56 km)

Son tres horas de bus local hasta Besishahar (820 m), sitio oficial del comienzo del circuito y primer check point. Tras un almuerzo chatarra para despedirme de la civilización, emprendo un camino agradable, sin dificultad, bordeando el Jharsang Khola, un río de color esmeralda que será fiel compañero a lo largo de la travesía. Es posible cargar agua potable que viene de vertientes. Paso Bhulbhule y paro en Ngadi (890 m), en una rústica posada donde inauguro el sistema de alojamiento gratis a cambio de consumir cena y desayuno. Ya estoy arrepentido de la cantidad de peso de mi mochila.

Descansando me bajo una tetera de masala entre charlas. Después ceno Dal bhat, que es un plato típico de la zona, a base de arroz, papas, salsa picante, espinacas y un cuenco de sopa, que se sirve en forma abundante (con opción a repetir) por menos de $100.

 

Desayuno 7.20 un muesli con banana y té masala para arrancar rápido por una ruta mayormente de tierra, cruzando algunos puentes colgantes, que después se adentra en la montaña, siempre con el río a un lado o al otro. Atravieso pequeñas y hermosas villas, las principales Bahudanda y Ghermu, donde paro a tomar un té y descansar. El peso me provoca un intenso dolor en un músculo del hombro izquierdo, que por momentos se me ramifica por el cuello y la cara. Espero que venga el frío, porque aún hace mucho calor, y así alivianarme la espalda.

Tras una dura jornada de siete horas (16 km), sobre las 15 h en Jagat (1.300 m) en el hotel The North Face (que incluso toma el logotipo de la marca archipirateada), almuerzo unos momo de pollo, plato típico de la cocina tibetana que consiste en un envoltorio de masa de cebada, similar a la empanada, pero cocinado al vapor y relleno de carnes o verduras, acompañado de cilantro: ¡una delicia!

Entusiasmado intento disfrutar de unas termas, pero sus 55º son intolerables y solo me permite echarme agua con una botella y relajar un poco los músculos. Con el anochecer sigue la temperatura agradable… realmente no puedo creer estar aquí. Cierre con ducha y dal bhat. A las 21 ya me acuesto porque estoy muerto.

 

La hermosa jornada se enciende tras un té de menta y el pago (el presupuesto va en el entorno de los $350 diarios), y transcurre bordeando las verdes montañas hasta Tal (1.600 m). Este precioso pueblito del valle de Manang, en donde descanso 1 h después de unos fideos fritos, se abre de repente y hace comenzar a sentir algo de frío.

Cruzo el puente hacia el pueblo Krate, garúa mediante, y sigo por un pequeño camino alternativo hasta otro puente, por el que llego a destino, a Dharapani (1.900 m), pasadas las dos. Han sido 6 h muy agradables, unos 15 km, y está bien no avanzar más, además de que la lluvia está rondando. La técnica es esa: acostarse y arrancar temprano, y terminar temprano, para reponer fuerzas tranquilo y contrarrestar las bajas temperaturas que empiezan en las primeras horas de la tarde, siendo que sobre las 18 ya anochece.

En la posada me doy una reconfortante ducha y pongo los pies en una palangana con agua caliente. Tras una siesta y una serie de entredichos en relación a una una “pizza very big” que es más bien una tostada, recalo en el dal bhat. Pido otro acolchado y me acuesto a escribir.

 

Yo, que soy el dormilón de los viajeros, me despierto a las 7.30, cuando la mayoría ya se ha ido, pese a lo cual a la hora ya los habré pasado a todos. Desayuno muesli con manzana y té de menta. Me cobran por el uso de la ducha, pero ya no quiero discutir más con el dueño.

El paisaje es hermoso y la verdad es que la caminata de 15 km no se me hace nada pesada. Paso por Bagarchap, Danaqyu, Timang, Tanchowk y Koto, todos bellísimos emplazamientos construidos casi íntegramente en piedra (calzada, ranchos, cercos perimetrales, templos, hasta mesas) hasta llegar a Chame (2.670 m) en 5 h. Ya está más fresco y no se puede andar en bermudas. Comienza a respirarse montaña y a abundar los bosques de pinos. Cada tanto, puentes colgantes sobre el río torrentoso.

El pueblo, rústico y entrañable, entre terrazas de arroz, posee sencillas tiendas, panaderías, banco y escuelas. Mientras los niños y adolescentes vuelven a sus casas, recorro las callecitas con colorida ropa colgante, como unos buñuelos de papas muy ricos y luego en un lugar indio me tomo un té con una masa almibarada entre dos chapati. Las gentes del noroeste de China, Tíbet, Nepal y norte de India comparten una fisonomía, una cultura y una idiosincrasia cautivantes, fuera de los marcos políticos y geográficos.

Con la vuelta de la llovizna, la imperativa ducha caliente y luego un termo de té para conversar con diferentes viajeros. De repente se despeja y avisto el Annapurna II (7.937 m) y el Lamjung Himal (6.983 m) resplandecientes y cilclópeos. Pido que prendan la estufa y vemos tele. Tarde de relax.

Tipo 21 me sirven las dos raciones de dal bhat. Pongo la ropa a secar dentro del cuarto, que está congelado, y me duermo, abrigado y con dos acolchados.

 

Días 5 a 8: Chame – Lago Tilicho – Siri Kharka (85 km)

Tras desayunar a las 6, salgo bien abrigado. En el camino me uno a unos chilenos, un italiano, un inglés hipster que anda de saco, chupín y zapatos de vestir, y una brasileña. Me quito la campera y acelero el paso hasta Dhukur Pokhari, donde la terraza de un restaurante al solcito, me invita a una parada y a secar la ropa transpirada, esperando al grupo.

Tomo el camino hacia Upper Pisang, un hermoso pueblito de piedra con hermosos balcones y galerías de madera, enclavado en la ladera de la montaña, desde el que se tiene una privilegiada vista de todo el valle y del Annapurna IV (7.525 m). Sol y frío. Todo el trekking de hoy es hermoso en colores, ayudado por el día soleado.

Bajo unos 600 m hasta Lower Pisang y dado que recién son las doce, decido avanzar un poco más. El camino comienza hermoso, entre pradera, caballos, corrales de piedra, pinos, el río, las montañas. Luego viene un matador largo trecho de subidas y entonces la última hora es en bajada o llano, y frío. A lo largo de todo el circuito aparecen humildes templos budistas, ruedas de plegaria (cilindros metálicos que al hacerlos girar en sentido horario purifican y brindan sabiduría a los fieles) y los portales de piedra con tres estupas a la entrada/salida de cada poblado, que a veces contienen frescos religiosos.

Fusilado después de siete horas y 26 km de caminata, decido quedarme en Humde (3.280 m), un yermo pero verdaderamente encantador pueblito, clavado en un valle asolado por los vientos. Los locales y las construcciones son toscos, curtidos por el frío y la hostilidad del paraje. No hay extranjeros pero sí un aeropuerto. Me mimo con una sopa de pollo y dos chapati. Me alojo en una posada donde el agua caliente viene solo en balde. Me meto en mi helada habitación, en el segundo piso, desde la que tengo una preciosa vista de la polvorosa calzada y las montañas alrededor. Escribo y observo. Veo pasar al grupo pero me da mucha pereza avisarles que estoy aquí.

Me meto en la cocina, toda tiznada por el fogón que me ampara, donde unos jóvenes porteadores me invitan a tomar un vino tipo sidra, mientras me cuentan que no hay mucho trabajo y que solo queda esperar. Charlamos como podemos al calor de las tímidas brasas, tomando y fumando. Es una de esas extrañas situaciones de comunión que uno vive viajando, donde no es tanto el lenguaje el que une sino la energía. Hermoso.

 

Hoy solo camino una hora y media hasta los 3.500 m de Manang, rocoso poblado de gran porte que, curiosamente, entre las gallinas y los bueyes que se abren camino por sus calles, tiene cines. Recorro su belleza acompañada del Gangapurna (7.455 m) y el Annapurna IV, despejados y casi encima, tomando fotos extasiado. El día está súper soleado y los campesinos resaltan labrando en los sitios más alejados. Me alojo casualmente en la misma hostería en que están los pibes. Conversamos relajados. Lavo ropa y después como momos de papa.

Ascendemos hasta el glaciar Gangapurna para hacer una caminata de aclimatación a la altura, que lleva unas dos horas ida y vuelta. Las vistas que descubren un lago turquesa e intensos hilos de cascada por doquier son espectaculares.

 

Me levanto a las 6.30 para ver las montañas nevadas rozagantes. Preparo la mochila; desayuno café, omelette, hashbrowns y tostadas. El hipster, que se está congelando porque no trajo nada de abrigo, decide abandonar la aventura y volverse. Salimos antes de las 8, pasamos por Khangsar, y nos detenemos en Siri Kharka para disfrutar de una sopa de tomate muy buena y dejar parte del equipaje para tomar la ruta alternativa al lago más alto del mundo, que no es el Titicaca como nos han engañado.

Caminamos dos horas y media a través de un cañadón alucinante por un sendero casi inexistente, a más de 4.000 m, con vistas increíblemente coloridas, sobre pendientes altísimas y peligrosas por la gravilla floja que rueda al vacío. Hacemos noche en el campamento base del Tilicho (4.150 m) tras 14 km.

 

5.30 estamos de pie para desayunar y descubrir que somos muy privilegiados porque es un día increíblemente despejado y soleado: la vista que se ha abierto de las montañas nevadas es impactante.

Hacemos la caminata de casi 9 km hasta el lago Tilicho (4.919 m), que está completamente congelado, pasando por un paisaje montañoso nevado de los mejores que he visto hasta ahora, en dos horas y media.

Gozamos los alrededores al sol. La nieve refulge y se quiebra en bloques en las altas cumbres, produciendo avalanchas y crujidos como truenos; la ropa transpirada se seca.

El camino de vuelta en descenso a Siri Kharka, entre las cabras y los depósitos de leña que son una constante, me deja las rodillas sentidas. Llego destruido y con dolor de cabeza, por la rápida variación de altitudes. Almuerzo deliciosos macarrones con atún y momo de papa, y decido quedarme aunque mis compañeros siguen.

Me doy una ducha tibia en un baño de campaña y casi muero de hipotermia. Charlo con viajeros junto a la salamandra y tomamos whisky con coca.

 

Días 9 a 13: Siri Kharka – Annapurna Poonhill – Pokhara (110 km)

Es muy temprano aún cuando enfrento una subida importante y una posterior bajada devastadora. Una breve pausa en Yak Kharka y sigo hasta Letdar (4.200 m), donde almuerzo y descanso extenuado hasta el mediodía.

Un camino milagrosamente llano, rodeado de blancos picos, me deja en Thorang Pedi (4.450 m), justo cuando comienza a nevar. Recupero fuerzas conversando con unos alpinistas nepalíes hasta que merma y entonces salgo, súper abrigado e impermeabilizado, para hacer los empinados dos kilómetros hasta el High Camp (4.850 m). La odisea de hoy, 18 km, ha sido para que mañana el ascenso al punto más alto de la travesía no sea tan pesado.

Me quedo en un dormitorio por $50, el único que pagaré en toda la travesía. Allí no hay estufa, ¡ni ducha! porque las bajas temperaturas la convierten en un arma letal. Comienza una nevada más intensa que cubre todo el sitio de blanco. El dormitorio está gélido, por lo que duermo con todo puesto.

 

A las 6 la gran mayoría ya se ha ido. Está muy frío pero nada insoportable. El día afortunadamente está claro, despejado y soleado. La subida de 4 km se me hace muy lenta por la falta de aire y el peso de la mochila que se vuelve intolerable, aún así llego al Thorong-La Pass (5.416 m), a las 8.45, agotadísimo pero feliz. Allí la alegría y el paisaje son inmensos y no importa tener que pagar el té más caro del mundo que venden en una humilde casillita. Abrazo tanta maravilla junta, escoltada por los coloridos banderines budistas que suelen acompañar las cumbres.

Tras una breve estancia, ya que no se recomienda permanecer mucho tiempo allí, emprendo el abrupto descenso, que recala en las rodillas, hasta un almuerzo de momos en Charabu (4.300 m). En los alrededores, como es habitual, tenaces habitantes cargando por largas distancias diversos alimentos y enseres.

Con lluvia pero extremadamente feliz, pasadas las 13, llego a Muktinath (3.800 m) dispuesto a relajarme, después de diez intensos días. En el Hotel Bob Marley, una ducha de agua hirviendo, y luego, junto a uno de los chilenos con los que compartí viaje, me dedico a comer a mansalva: tallarines con bolognesa, momo de búfalo y unos canelones exquisitos. Cierre con whisky, alrededor del fuego, hasta medianoche.

 

Con una sintonía diferente, arranco a las 10, agraciado además por una temperatura mucho más agradable pero por un camino polvoriento, a raíz de obras viales, en las que veo niños manejando una retroexcavadora y por el que cada tanto pasa algún bus (que vuelven a aparecer) para inundarte de tierra. Paso los bellísimos pueblitos, Jharkot, Eklebhatti y Kagbeni (2.800 m), el más antiguo de la zona, que aún conserva algunas construcciones de adobe, ramas y piedra, donde disfruto un arroz con sabroso yak desmenuzado, luego de una detenida recorrida por sus alucinantes recovecos.

Para evitar 10 km más de camino de tierra por el seco lecho de un río, y sin mucha cosa interesante para ver, tomo un par de buses, que son como una montaña rusa andante, hasta Marpha (2.670 m). Este encantador pueblo descansa en un valle, con sus casas blancas y bordó y callejuelas entreveradas, empinadas y angostas que recorro por horas. Disfruto descubriendo a los animales en sus corrales de piedra, a la gente en los techos poniendo vegetales a secar, y más arriba los picos iluminados. En un monasterio tengo la oportunidad de conocer a un grupo de chiquilines que estudian para ser monjes, ávidos de practicar su inglés, contar sobre sus vidas y conocer las de los visitantes.

Con el anochecer seguimos recuperando confort: internet a una velocidad desmedida, enchiladas, cervezas, una habitación cálida y dormir sin pantalón por primera vez desde el inicio.

 

Un bus inusitadamente caro nos regala otro combo de sacudidas a través de cuasi caminos y lechos de rio muy pedregosos durante cinco horas para hacer 48 km. Parada técnica en Tatopani (1.190 m), donde comemos unas samosas y partimos hacia el gran error de este hermoso circuito: el ascenso al Annapurna poonhill, que demanda una subida (con chaparrón incluido) y una bajada de escaleras mortales de más de 1.700 m en pocos kilómetros y cuyas panorámicas no tienen ni punto de comparación con lo ya visto. Solo para aquellos que no tengan tiempo y deseen dedicar un par de días a una muestra gratis del Himalaya.

Destruidos después de tal innecesario tramo tomamos un bondi de regreso a Pokhara, reducto de relax y consumo pseudo hippie para trekkinistas, que te absorbe con una oferta gastronómica y de barcitos, para relajarse y recuperarse de la imagen de náufrago con la que uno arriba. Aquí paso varios días, sin cargo de culpa, hundido en el confort: no haciendo nada excepto comer salvajemente y tomar cerveza. But no matters, road is life.


© Pablo Trochon

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