Contrapuntos mexicanos
Entre ruinas y experiencias
Tres ruinas. Tres historias de contraste. Todo en tierras mexicanas. Órale, pues:
Mi historia con este sentido país es crucial porque el viaje en su sentido pleno, cuando empiezo a viajar solo y empezar a darme cuenta de que ya no será algo anecdótico sino el sentido de mi vida, nace aquí, en estos comienzos de 2009.
Sus gentes, sus antojitos, su música forajida, el acento y el vocabulario entrañables, los más diversos paisajes y una cultura arrolladora son solo algunos de los picores que ofrece esta nación tan chingona para mi viaje iniciático.
uno
Atrás queda Playa del Carmen con sus aguas privilegiadas y su noche frenética, Isla Mujeres y sus encantos y un Tulum soleado. Un día de marzo arribo a las fantásticas ruinas de Chichén Itzá, ubicadas en la punta, casi, de la península de Yucatán, cuna del turismo masivo y acuñadora de la brand nefasta: Riviera maya.
Por supuesto no es fácil sortear a los mercenarios de la fotografía, que se cuelan y me impiden tomar mis recuerdos, pero con un poco de ingenio voy esquivando los enjambres y así me salgo del circuito central de ruinas hacia otros más secundarios por el estado de conservación pero no menos interesantes. Esta curiosidad no tardará en alejarme de las calzadas y dejarme completamente solo por entre un manto otoñal, descubriendo cimientos, molduras, retazos de estatuas y dinteles por doquier, hasta que los ruidos quebradizos de hojas secas me ponen en alerta. Es cuando abandono el sopor del disfrute para verme rodeado de un intimidatorio grupo de saurios: seis lagartos de considerable tamaño realizan como una danza ritual a mi alrededor mientras se van acercando. Sin pensarlo mucho huyo campo traviesa y vuelvo feliz a rodearme de extranjeros y lagartijas que se ven tan bonitas tomando sol sobre los macizos bloques de piedra caliza.
Me paseo admirado por el majestuoso templo piramidal de Kukulkán, punto centrípeto del emplazamiento, que desde 2007 es una de las nuevas Siete Maravillas del mundo moderno y, en su origen, lugar de adoración a la divinidad de la Serpiente Emplumada, fundador de la civilización maya y patrón del trueno, de la lluvia y de los vientos.
Esta imponente estructura, que posee un escalón por cada día del año, es artífice de un fenómeno que se da en marzo y septiembre, y que consiste en la proyección de las sombras de las aristas de las plataformas que dibuja el cuerpo de una serpiente por la alfarda de la escalinata principal que acaba en la cabeza pétrea de una cascabel situada en su base inferior. Con el paso de las horas parece moverse descendiendo.
Mañana es el día del equinoccio (por ello he venido hoy), y pese a que está científicamente comprobado que el fenómeno ocurre durante un lapso de varias semanas y que inclusive la Ciencia duda de que sea un efecto intencionado de sus constructores, será una grata jornada para quien gusten de someterse a la tiranía de las hordas del turismo.
Visito en su interior la icónica escultura del jaguar rojo con incrustaciones de jade y en cuyo lomo posee un disco de turquesas que se utilizaba para quemar copal, una resina vegetal curativa, y luego me voy al cenote sagrado.
Los cenotes son depresiones formadas por el derrumbamiento del techo de una caverna subterránea y en las que se acumula el agua de lluvia. Este particularmente posee una abertura de sesenta metros de diámetro y paredes de quince hasta el ojo de agua, y era utilizado con fines rituales en honor a Chaac, el dios maya de la lluvia, al punto de convertirse en un importante punto de peregrinación. Allí se encontraron numerosas ofrendas y cuerpos de chamaquitos sacrificados que, a principios del siglo XX, fueron extraídas y vendidas a un museo de Massachusetts por un cónsul estadounidense que compró las tierras y dragó el cenote.
Debido al lugar fundamental que ocupan en el pensamiento religioso maya el tema del inframundo, la creación y el agua, el propio templo de Kukulkán ha sido emplazado sobre un cenote. Este hecho podría desencadenar, dentro de algunas centurias, que cuando el agua socave la roca superior de la caverna, que aún mide cinco metros de espesor, la pirámide se desplome, así que aproveche a ir a sacarse una selfie.
Camino acalorado el sitio arqueológico, importante centro de la civilización maya que data de hace mil años y uno de los más importantes centros políticos y comerciales de la zona. Se encuentra tupido de edificios monumentales, columnas y dinteles ubicados de acuerdo a orientaciones astronómicas, con un significado ritual y una utilidad práctica relacionada con el ciclo agrícola. Capas y capas de piedras superpuestas, relieves, ornatos… Me siento muy débil y comienzo a marearme un poco pero mi tozudez mi impide detener el paseo. Arrastro mis chancletas por el Templo de los Jaguares, el Templo de los Guerreros, en el Juego de Pelota, en la Plataforma de las Águilas y los Jaguares, el Tzompantli o plataforma de los cráneos, donde se empalaban las calaveras de los enemigos y arribo al Caracol u observatorio del complejo con lo último que queda de mí.
Casi tambaleando voy a la mesa de entrada y solicito asistencia. Me dicen que no tienen médicos y me ofrecen meterme en un patrullero y mandarme a Mérida. El camino se hace rápido aunque el calor sofoca y yo que medio me desvanezco cerca de irme a habitar Comala. Me acompañan tres militares con sus respectivas ametralladoras, lo cual se torna más pintoresco cuando trasbordamos a uno de esos autitos eléctricos para canchas de golf y nos desplazamos los cuatro hacia una clínica, ante la mirada atenta de los transeúntes. La velocidad del vehículo tampoco permite pasar por la situación de un modo más ágil sino todo lo contrario: debo resignarme a recibir cientos de ojitos mirando a este gringo escoltado por tres soldados, vaya uno a saber por qué crimen espantoso.
En la clínica me recomiendan cinco días de reposo y ante mi rotunda negativa, me dan dos vacunas muy culeras que me dejan rengueando. Al salir, ante mi sorpresa y pese a que ya les he agradecido por el amable gesto y nos hemos saludado, mi compañía está al firme esperando y se ofrece a llevarme a donde sea. Avergonzado por tanta amabilidad acepto el aventón hasta el cajero, que está frente a la plaza principal, bien para que todo el mundo se entere de mi peligrosidad. A continuación, y a raíz de un problema con la tarjeta, vivo la incómoda situación de tener que meterme con uno de ellos en la cabina y digitar mi pin frente a él, intentando obstaculizar su visión y sin que suene ofensivo para quien estaba ya que chorreando de bondadoso.
La nueva despedida caduca de inmediato porque vuelven a ofrecerse para acompañarme y yo que me había animado con el chicotazo medicinal ahora que me desmayo del estupor. Es así que me llevan a comprar mi ticket a la casa del chofer, que se encuentra almorzando con su anciana madre en el remanso de la sombra de su morada. Aquí me sorprende el modo en que el superior de mi comitiva se dirige al tipo, casi amenazándolo de que me acompañe en el trasbordo que debo hacer para ir a Palenque y que mi seguridad era vital y que lo va a llamar más tarde para cerciorarse de que me han tratado como merezco. Está claro que no sé dónde meterme y cuando saludo agradecido con mi boleto para dentro de una hora, me encuentro nuevamente con la pregunta ¿y, pues, dónde quiere que le llevemos ahora, amigo? Les digo que voy a un cyber que está a dos cuadras, que muchas gracias pero insistentes me suben al carrito de nuevo.
Como había que poner coto a tanta generosidad, me niego a que me esperen afuera para conducirme hasta el bus luego y sello el acto regalándoles un paquete de papas chips que es lo único que tengo. Cincuenta minutos más tarde, dejo esta colorida ciudad que me hizo conocer la michelada, esa mezcla repugnante de cerveza, salsa inglesa, limón y sal, servida en vaso escarchado.
dos
Tras visitar el imponente complejo arqueológico de Uxmal, llego maravillado a la selva chiapaneca de Lacandona, donde se ubica Palenque. Me alojo en un hostel muy chido que consta de cabañas perdidas en la foresta alucinante. Solo llegar, después de almorzar alambre, que son unas brochettes de carne, panceta, cebolla y chile poblano, con un agua de tamarindo, comienzo a platicar con unas gentes y al son del tequila nos vamos a enfilando hacia la noche. Luego de un improvisado baile en el salón de uno de los hostels más fresa de la jungla, nos trasladamos al bungalow de unos franceses a seguir el reventón.
De repente nos llega el rumor de que hay una fiesta electrónica en el medio de la selva. Medio descreído pero con tal de no ir a acostarme sigo al grupo, guiado por linternas, y nos zambullimos por un sendero que se pierde en la espesura. Cuando ya estamos por volvernos porque no se divisa ningún antro, se abre un claro y la música, que parecía haber estado también escondida, nos regala una pista improvisada, un dj tocando y una barra medio chafa. Nos divertimos bailando un buen rato hasta que decido irme para aprovechar el día mañana, justo cuando entra un padrote con varias chicas menores de edad, lo cual de plano que me produce bastante rechazo.
Después de un potente desayuno para amilanar la cruda, camino unos kilómetros por la ruta que lleva al yacimiento de Palenque, cuya arquitectura está bien chida y donde el marco de la selva y los gritos afelinados de los monos le dan una atmósfera muy sugerente.
También perteneciente a la cultura maya, el complejo se compone de varias construcciones entre las que se destaca el Templo de las inscripciones, donde fuera hallada la tumba de Pakal el Grande, uno de los gobernantes más influyentes del emplazamiento, pese a que tomó el poder a los doce años. Además del Palacio con su Observatorio, paso por el acueducto, que da curso al río Otolum bajo la plaza central, el Juego de Pelota y el Templo del Sol, con su característico muro calado en el remate de la estructura, entre otros.
Sobre las dos de la tarde, me tiro a tomar sol mientras almuerzo unos taquitos y me deleito con los sonidos de bichos inextricables que provienen de la frondosidad. Las otras manadas son conducidas por los guías que pueblan con voces firmes las más diversas fábulas y mitos de los que no me habré de enterar.
Esta zona, como todos los sitios arqueológicos del país, se encuentra en un ínfimo porcentaje descubierto pues se presume que la mayoría de edificaciones aún permanecen cobijadas por la jungla, las raíces, la vegetación y la tierra como hace cientos de años. Esto hace muchas veces que uno camine por cualquier elevación en el terreno y se pregunte si no habrá algo allí debajo, algún muertito, alguna reliquia.
Un dato curioso es la presencia a mediados del siglo XIX del mitómano Jean-Frédéric Waldeck, que habitó un templo (luego bautizado el Templo del Conde) durante los dos años que estuvo realizando bosquejos y que se atribuyó nacionalidades, proezas históricas y títulos nobiliarios varios. Me lo imagino a Juan Federico, en las noches calurosas, apostado medio en cuero fumando un pucho entre los monos aulladores y las delicias de la selva, allí en pleno yacimiento precolombino. Ay, México, si darás tema… ¿Y Jodorowsky? Capítulo aparte.
tres
Todavía queda en mi corazón San Cristóbal de las Casas, la visita al caracol zapatista de Oventic y las reverberaciones de la cultura oaxaqueña, donde se muele con cacahuate,/ se muele también el pan,/ se muele la almendra seca,/ se muele el chile también la sal, esta mañana cuando salgo de la casa de mis amigos Virginia, Ale y Paolo rumbo a Teotihuacán.
Luego de combinaciones de metro y bus, me alejo del Defectuoso para arribar al yacimiento de una de las mayores urbes prehispánicas de Mesoamérica, que data de los siglos I y II y que fue adoptada por los mexicas (aztecas), tras un milenio de estar abandonada por la raza de gigantes que la habría erigido.
A la entrada del complejo presencio la ceremonia ritual de los danzantes voladores, que consiste en cuatro individuos (que representan los signos cardinales) que giran alrededor de un palo de veinte metros pendiendo de unas sogas atadas a sus pies con un movimiento descendente. El espectáculo contempla a un quinto integrante, el caporal, que se haya peligrosamente sentado en una pequeña plataforma en la punta del palo mientras ejecuta una flauta y un tambor. Me quedo embobecido con este impresionante culto a la fertilidad.
Las dimensiones de este importante enclave, cuyo nombre significaría lugar donde nacieron los dioses, son imponentes y es probable que haya alojado a un par de cientos de miles de pobladores. Sin dudas las edificaciones icónicas son las pirámides del Sol y la de la Luna así como el Templo de Quetzacóatl, que se encuentran emplazadas al costado de la gran Calzada de los Muertos. Recorro sus dos kilómetros y al regreso subo a la Pirámide del Sol, de 63 m de alto y con un túnel de acceso a lo que podría haber sido la cámara mortuoria real. Tras sus doscientos cincuenta escalones, llego a la cúspide, observo con pavor cómo los turistas hacen cola para tocar por unos segundos un punto metálico que aparentemente te conecta con el cosmos y te otorga la fuente del saber universal.
Luego visito con calma los templos laterales así como la ciudadela y los espacios que fueron ocupados por las clases bajas, en sus épocas de apogeo. Los pintorescos rostros de animales que adornan los laterales de la pirámide de Quetzacóatl, dios de la sabiduría, cuya escalinata está custodiada por dos jaguares, me mantiene entretenido un buen rato intentando adivinar cuál es cuál.
Cuando me voy, me ofrecen tickets para el polémico show de luces nocturno que me parece un despropósito y un atropello a la esencia e integridad del lugar… me vale madres.
Luego de visitar el imperdible Museo de Antropología ubicado en el Parque Chapultepec de la Ciudad de México, donde se resguardan los acervos arqueológicos de las ruinas que he visitado días antes, me dirijo con mis cuates chilangos a disfrutar de una pelea de lucha libre. Mi ex novia, una niña bien fresa de la colonia Condesa, viene a reunirse con nosotros pero su novio la llama y se va con una excusa que nos deja pasmados, ¡no manches!
Las veladas se llevan a cabo en estas arenas con luchadores de renombre como El Santo, de quienes se venden sus máscaras más o menos oficiales y sus muñequitos. Es increíble ver cómo la gente se entusiasma y grita con fervor por algo que es totalmente ficticio. Desde la tribuna en que estamos sentados, que está en el ángulo opuesto a las cámaras que las televisan, puede verse cómo los luchadores fingen la gran mayoría de los golpes. En cambio, allá por Tepito, por allá sí que los puños corren sinceros y las apuestas como piña.
Estamos platicando sobre esto entre unos chapulines, enchiladas y chelas a pasos del bonito mercado de Coyoacán. También comentamos sobre el vínculo de los mexicanos con los muertos, y todos los que van a rezarse algo a los entierros solo para que le den un café y una comidita (siempre de las que prefería el difunto), de cuando la Selección fue excluida del Mundial del 90 por haber truqueado la identificación de jugadores mayores en el Mundial sub 20, de que el nopal quita el empacho.
Algunos días más en el DF gozando, feliz en este pueblo de gentes tan amables y sonrientes, de comidas tan sabrosas, de una cultura tan intensa y de una música chirriante para luego partir a casa. But no matter, the road is life.
© Pablo Trochon
texto publicado originalmente en Dossier hace una bocha
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