Cinco enclaves recomendables del trekking mundial
Es claro que esta pequeña selección es esencialmente caprichosa, dadas las múltiples opciones que ofrece el desbordante continente asiático. Los escenarios divergentes y la belleza sin igual son las razones para este recorrido por el lago Inle (Myanmar), la selva de Luang Namtha (Laos), el volcán Rinjani (Indonesia), los arrozales de Sapa (Vietnam) y el circuito de los Annapurna (Nepal).
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De campesinos y pescadores
El trekking al lago Inle – segundo destino más frecuentado del país, después de Bagan- implica una caminata de 42 kilómetros a realizarse en dos o tres jornadas, partiendo de Kalaw, en el centro de Myanmar. Este país es uno de los más interesantes de Asia por la particularidad de haber abierto sus fronteras al turismo hace pocos años – de hecho, su acceso terrestre está reducido a dos o tres puntos-, lo cual lo convierte en un lugar apenas explorado y aún con una población muy auténtica y no bastardeada por una industria que modifica sociedades enteras, como ocurre en Tailandia. Este fenómeno, por contrapartida, conlleva una oferta de servicios limitada y no muy económica.
Sin dudas su gran valor es su gente, acuclillada, con sus turbantes, sus longyi (especie de pollera tubo que usa la gran mayoría de hombres y mujeres), la cara pintada de amarillo por acción del tanaka (típico maquillaje y protector solar natural birmano), los peines clavados en el pelo, jugando al chinlone (juego de dominación con pelota de ratán), mascando el preparado de hojas de betel con nuez de areca que les deja los dientes teñidos de rojo y que por su amargor los hace segregar gran cantidad de saliva que acaba alfombrando las calles, los caminos, los templos.
En las afueras de Kalaw, pequeño asentamiento entre colinas verdes y clima apacible, ya se ven personas de diferentes etnias con vestimentas distintivas y reconocibles por sus pañuelos de colores. Se sigue un sendero rural de tierra rojiza con algunas formaciones montañosas a la distancia, a través de diversas plantaciones – algunas en terrazas onduladas que dibujan bellos trazos coloridos en el paisaje- de chiles, trigo y verduras donde trabajan muchísimos campesinos en rudimentarias condiciones, como es habitual en un país en que la gente vive en condiciones muy precarias. Por allá, bueyes arando bajo el clima caluroso, amenizado por una agradable brisa.
Se pasa la noche en un monasterio budista, una experiencia singular que permite compartir un poco de la forma de vida de estas personas entrañables e inclusive terminar jugando un picadito. La cena austera se sirve a la luz de las velas y a las 21 h hay que acostarse porque se cierran las puertas del templo que es donde se duerme, en grupos de colchonetas bien cobijadas separados por sábanas colgadas en el salón principal. A las siete de la mañana el cántico de los niños monjes rezando inaugura el día.
Los veinte kilómetros de caminata que abarcan la segunda etapa finalizan en un poblado asentado en uno de los brazos del lago Inle y desde allí la aventura transcurre en un barco de cola larga con motor fuera de borda. El canal es muy angosto y a la vera decenas de cabañas de la etnia intha (los hijos del lago) montadas sobre pilares en el agua, muchos barquitos yendo y viniendo con diversas cargas, jardines, y plantaciones flotantes de tomates. En un momento, el inmenso ojo del lago de 500 m2 se abre y, junto al aire más fresco, llega el espectáculo de los pescadores que curiosamente reman parados, con la pierna enroscada en el remo y haciendo equilibrio mientras arrojan las redes; unas normales, otras como acanastadas.
En la villa de Nyaung Shwe culmina el viaje pero hay muchas actividades para entretenerse como recorrer los poblados flotantes, la pagoda Phaung Daw U – que data del s. XVII y tiene unas figuras de Buda del s. XII desgastadas de tanto pegarles láminas de oro- y un monasterio plagado de gatos, o alquilar una bicicleta para visitar la bonita villa Khaung Dal. Se recomienda rechazar las visitas a los talleres de seda, de joyas y de cigarros porque tienen un interés meramente comercial, y a las mujeres jirafa, que se encuentran en condiciones casi de esclavitud como atracción turística.
De selvas y nativos voladores
Dejando las cascadas en terrazas turquesas de Kuang Si con sus pececitos que comen las impurezas de los pies y el ritual de ofrendar comida a los monjes púberes de Luang Prabang, y moviéndose aún 140 km más hacia el norte de Laos, y en el tiempo record de nueves horas de bus, se arriba a Luang Namtha.
El trekking se inicia en una villa de la etnia Nam Ha, donde es posible acercarse, sin transacción comercial alguna, a algunas personas aplicadas a sus oficios. Allí son características las chozas de paredes de bambú con mesas hechas de ratán, decenas de ristras de ajo secándose al sol, provisiones de leña, mujeres hilando. Luego, a través de un paisaje de montaña y selva alucinante, los guías hacen probar diferentes hierbas y hongos, explicando su uso, algunos de los cuales ya van colectando para las comidas. La jungla húmeda, incontinente, no deja casi tronco libre ante el avance de diversas vegetaciones, por ello el sol penetra en forma intermitente, de acuerdo al viento en lo alto en las frondosas copas.
Existe una parada para un almuerzo bien rústico pues los viajeros comerán con las manos de unos montones de arroz, verduras, cerdo, bambú y ratán dispuestos sobre hojas en el piso. A continuación una hora y media más de trekking por entre el follaje para arribar a una plataforma de cañas con un techo muy rústico, ubicada junto a un riachuelo, que oficiará de dormitorio abierto.
Para la noche, el menú de arroz con verduras y fideos de arroz se sirve en gruesas cañas de bambú que ofician de cuencos y cucharas y chop stick improvisados con hojas de banano. Mientras la fogata y el lao lao –whisky de arroz- ameniza el frío, se dan las anécdotas fabuladas de los khamu, que tienen el poder de volar y de matar gente solo con decir las palabras indicadas, y por lo cual son temidos por las otras sesenta y siete tribus de Laos.
La segunda etapa arranca bien temprano. Desayunar, levantar campamento dejando todo en condiciones y emprender una caminata de cinco horas bastante dura. En el medio, en una cascadita que invita unos chapuzones, se almuerza arroz, verduras y huevo revuelto.
Sobre las cuatro de la tarde se arriba al punto más disfrutable del paseo: un precioso pueblito de la etnia akha, plantado en una cumbre, amontonado a los costados de una calzada de tierra con precipicio para ambos lados. Tras el descanso merecido toca ducha obligada en un baño colectivo que consiste en dos chorros helados de vertiente, en los que los nativos se bañan juntos sin prejuicio.
Dar una vuelta por entre los coloridos techos de las chozas, cuando ya el sol está menos inclemente, jugar a la pelota o a los vaqueros junto a las decenas de niños que acompañan a los visitantes, saludando, entre tímidos y curiosos, es algo para no perderse. Por la única calle transitan libremente búfalos, chanchos y gallinas. Al costado hay unas chocitas muy pequeñas que construyen los hombres solteros para proponer matrimonio y acostarse con su chica antes del casamiento.
Se abandona la aldea a media mañana, tras acompañar a varios niños – cuya cantidad es inmensa en comparación con la población adulta- a su escuela, que prácticamente no tiene paredes sino más bien un enrejado de tablas. Serán dos horas en bajada, por hermosos paisajes de montaña selvática e higueras de agua huecas, las que se pueden escalar desde su interior. Finalmente, el retorno a la ciudad.
De fuego y frío
En Indonesia, en la isla de Lombok, el paseo estrella es el ascenso al volcán Rinjani – junto al imperdible viaje de cinco días en barco hasta la isla de Flores-, uno de los tantos que ostenta el país y el segundo en altura con casi 4.000 m. Las razones son que está activo – por lo que se recomienda averiguar bien cuándo hacerlo- y que en su cráter de varios kilómetros de diámetro hay un lago.
Se camina en ascenso sobre una pradera de pastizales con rocas, con una sola parada para almorzar. El último tramo, entre las nubes, es mucho más empinado y duro por las rocas y cenizas volcánicas que lo hacen muy resbaladizo. Sobre las tres de la tarde se arriba al sitio donde los porteadores, que son los protagonistas de esta historia, montarán un impresionante campamento en la alta montaña con todo lo que han cargado en sus espaldas.
Tras un atardecer precioso mientras las temperaturas descienden y el pico rojizo del Rinjani observa incólume, se cena arroz con omelet, verduras, pollo y galletas de pescado, con ananá y naranjas de postre. Por la noche las temperaturas son insoportables por lo que se debe recurrir a todo el abrigo posible y acostarse temprano.
A las dos de la mañana, en la total oscuridad y con linternas de vincha, se afronta el ascenso por un estrecho y peligroso camino, con precipicio a los lados y completamente de ceniza, lo cual demanda un gran esfuerzo con las piernas para no deslizarse. Ya en la cumbre, el frío gélido se disipa sobre las 6.30 cuando comienza el show del amanecer, develando unas vistas espectaculares con hermosos tornasoles sobre el lago y el cráter que emana gases constantemente.
Tipo siete y media comienza un descenso durísimo también por el mismo riesgo de patinar, lo cual repercute directamente en las rodillas. El gran esfuerzo hecho amerita un segundo desayuno sobre las diez a base de té, galletas y pasteles de banana y volver a dormir un rato.
Once de la mañana se levanta campamento y se baja por la otra ladera para llegar al lago, dos horas y media después, y disfrutar de unas termas naturales. A continuación se sube por un camino un poco más amable a un monte menor donde se arma el segundo campamento y se disfruta de un atardecer de photoshop.
La jornada final comienza a las seis de la mañana y consta de unas cinco horas de descenso de bosque tropical con una parada de almuerzo.
De arrozales y familia
Desde Hanoi, el paisaje hacia Sapa (1.600 m), una región arrocera del norte de Vietnam casi fronteriza con China, es imperdible. Apenas llegar al poblado, ya se acercan las mujeres de la etnia hmong, con su vestimenta tribal, a ofrecer el servicio de guía para tres días por los cultivos.
Tras el almuerzo comienza el ascenso de tres horas y media, después de atravesar varias villas de montaña y cabras, entre la niebla helada. Se pasa la noche en casa de locales; alegres, expertos en arrolladitos primavera y siempre ofreciendo sendas copas de vino de arroz para la sobremesa, muchas risas e historias.
Más allá de la intervención por una hora, a las cuatro de la mañana, del canto de los gallos, se duerme muy cómodo hasta media mañana porque allí no hay apuro para salir a caminar. Tras un desayuno a base de café con panqueques, miel y bananas, viene un primer tramo que incluye la visita a la catarata Thac Bac. El hermoso camino cruza algún puente colgante, a paso relajado por senderos espectaculares con las montañas adornadas por las ondas de las terrazas inundadas, donde frecuentemente se ven chapoteando búfalos y familias de patos.
La segunda noche, después de 6 horas de caminata, se pasa también con una familia tradicional, con la que se puede conversar en una cocina, con fogón y donde el agua de vertiente se encauza mediante pequeños canales en el piso en los que se lava, e inclusive se cepillan los dientes.
Durante la última jornada se pueden visitar diversas villas, durante tres horas y media, caminando entre las terrazas nutridas por las tormentas de la noche. El cielo despejado puede ayudar a apreciar mejor el paisaje montañoso y crea nuevos efectos con el reflejo en los cultivos de arroz.
De la experiencia más grandiosa
No solo por recorrer el circuito de los Annapurna, sino por visitar Katmandú – la bellísima y bulliciosa capital de uno de los países más impactantes del Sudeste- así como el vecino poblado de Bhaktapur, Lumbini –donde nació Buda- y la selva del Parque Nacional Bardiya, donde se puede vivir la aventura de acercarse a elefantes, rinocerontes y tigres en su hábitat natural, Nepal es una tentación. Pero además, dado que es la tercera nación con menos desarrollo del mundo y que aún no se recupera del terremoto de 2015 –entre otras cosas por un gobierno corrupto que ha malversado varios de los fondos donados-, es muy importante la visita de los viajeros porque se colabora con un pueblo seriamente emprobrecido.
Esta destacada ruta del Himalaya nepalí, por debajo de la archifamosa que conduce a la base del monte Everest, puede realizarse sin ninguna dificultad, siempre regulando las caminatas, los kilómetros y la cantidad de días de acuerdo a las posibilidades de cada uno. A raíz de la cantidad de trekkers que la recorren (que no interfiere en la posibilidad de caminar solo si se desea), los senderos señalizados, la cantidad de aldeas y pueblitos del camino y el gps que funciona perfectamente, es ideal para prescindir de guías.
El circuito de los Annapurnas consta de un circuito principal – que casi se puede tomar y abandonar en cualquier lugar- tupido de caminos alternativos, pueblitos entrañables y monasterios perdidos donde desviarse. Un trekking de 246 kilómetros, a realizarse en 13 días, permite disfrutar sin exagerar con la altitud, puesto que recomiendan no subir más de 1000 metros por día. En caso de que aparezcan los males de altura, tomar la pastilla correspondiente, descender algunos metros y descansar hasta aclimatarse.
La ruta propuesta comienza en Besishahar, a los 800 m de altitud, se llega al paso Thorong-La (5.416 m) y se desciende hasta Marpha, desde donde se regresa a Pokhara en bus para descansar algunos días y disfrutar de su oferta gastronómica. De esta manera, se arranca alrededor de las 7 de la mañana y se culmina sobre las dos, tres de la tarde, realizando entre 7 y 26 kilómetros diarios, dependiendo de la dificultad del trayecto.
Los paisajes varían del verde bordeando un río de color esmeralda, los valles, los bosques de pinos, la media montaña con bellas aldeas, caseríos habitados por diversas etnias y monasterios, hasta la gélida alta montaña con sus cañadones e imponentes vistas nevadas.
El alojamiento es gratuito durante toda la travesía, si se cena y desayuna la casa de huéspedes. El plato típico, si lo que se quiere es comer barato y en buena cantidad es el dal bhat: a base de arroz, papas, salsa picante, espinacas y un cuenco de sopa. Ideal para recuperar las energías que se queman en cada jornada, esta delicia cuesta apenas 90 pesos, y habilita a servirse dos veces. Conforme se está más alto y, por ende, menos viajeros hay, los precios suben también: el presupuesto va entre los 6 y los 10 usd diarios.
Debe armarse una buena mochila que contemple todas las situaciones y que evite acarrear mucho peso puesto que el calor acompaña hasta Jagat (1.300 m) y entonces la temperatura va descendiendo hasta los -20º, aunque de vez en cuando alguna terma puede colaborar.
Se destacan Chame (2.670 m), pueblito rústico y entrañable de apacible vida local, Humde (3.280 m), un yermo caserío en un valle asolado por los vientos, Manang (3.500 m), poblado de piedra con un marco de lujo, Kagbeni (2.800 m), el asentamiento más antiguo de la zona, donde se puede disfrutar un arroz con yak desmenuzado delicioso, y Marpha (2.670 m). Este sitio es una escala imperdible de casas blancas y bordó y callejuelas entreveradas, empinadas y angostas, donde realizar una buena recorrida para descubrir los animales en sus corrales de piedra, a la gente en los techos poniendo vegetales a secar, y más arriba los picos iluminados. Puede visitarse un monasterio y charlar con los niños monjes que están aprendiendo inglés, ávidos de contar sus vidas y conocer sobre los visitantes.
Además de las impresionantes postales de los Annapurna I, II y IV, el Gangapurna y el Lamjun Himal con sus respectivos glaciares, se recomienda tomar el camino secundario que lleva al lago Tilicho (4.919 m), el más alto del mundo. Demanda un arduo esfuerzo pero sus vistas son increíbles: la nieve refulge y se quiebra en bloques por las altas cumbres, produciendo avalanchas y crujidos como truenos. But no matter, the road is life.
Otros trekkings altamente recomendables del Sudeste son: Garganta del salto del tigre (China), Hsipaw (Myanmar), Bukit Lawang (Indonesia) para ver orangutanes, Parque Nacional Bako (Malasia) para ver monos prosboscis y, por supuesto, el del Campamento base del Everest (Nepal).
© Pablo Trochon
texto publicado originalmente en Seisgrados hace unos meses