Un enclave fundado en el siglo XI con un casco histórico impregnado de estilo neogótico, hermosas callecitas empedradas, un pintoresco entramado de canales, que le vale su mote de la Venecia del norte, y una magnífica arquitectura cautivan al visitante en un viaje en el tiempo.
Arribo un día de agosto a esta ciudad nordestina de Bélgica, proveniente de Antwerpen, en donde me estoy hospedando gracias al espíritu de CouchSurfing, asombrosa y solidaria comunidad de viajeros y curiosos a la que pertenezco hace ya varios años, y que me ha permitido conocer desde adentro más de treinta países.
Me refugio bajo la arboleda del parque Minnewater, en un banco a orillas del Lago del Amor, frente al gran torreón del Poertoren, depósito donde se guardaban las reservas de pólvora en la Antigüedad Tardía. Allí me dedico a sándwiches y vino tinto, mientras los paraguas cruzan el puentecito, del cual se dice que quien lo atraviese junto a su amante conocerá el amor eterno. Es una instantánea que no se me borra, una de esas caricias de felicidad que solo el viajar brinda.
Tras la lluvia de la mañana, y pese a que aquí habitualmente está nublado, se abre paso un sol refulgente que nos brinda un día bastante caluroso. Sigo el Puente Wijngaard, hacia la aislada y calma zona del Begijnhof, donde el Lago del Amor se puebla de cisnes blancos durante el día y sugestivas luces por la noche. Visito el patio interior y la capilla de un conjunto de Godshuizen (Casas de Dios), adustas iglesias blancas emplazadas una al lado de la otra alrededor de un bello jardín, que hacen al paisaje urbano de Brujas. Son en realidad un tipo de vivienda social, construido entre los siglos XIII y XIV por la clase adinerada, para alojar a ancianos y viudas con bajos recursos. Hoy se conservan vigentes casi una cincuentena, donde viven monjas benedictinas.
Por el empedrado de la Wijngaardstraat, entre fantásticas esculturas de metal, me zambullo en una caminata que depara un paisaje digno de admirar a cada tramo. Es una corriente en que el neerlandés local se revuelve entre el murmullo de los turistas que corre por las callejas medievales salpicando gárgolas, molduras, santos, torres, puentes de piedra, capillas y coloridas casonas de fachada con piñón escalonado y buhardas. Y los canales, con sus árboles, arbustos, espacios floridos y las enredaderas que trepan por los hermosos muros de ladrillo visto.
Pasada la belleza singular del edificio del Hospital de San Juan, que data del siglo XIII y que alberga una importante exposición de Picasso, en dirección al centro, desemboco en la Iglesia de Nuestra Señora, cuya imponente torre de 120 mts., es una de las más altas de Europa. Su interior no posee particular interés salvo por el hecho notable de que entre su rica colección de arte se encuentra La Virgen con el Niño, famosa escultura de Miguel Ángel, donada en 1514 por un mercader, robada por los franceses, devuelta con la caída de Napoleón, saqueada nuevamente por los nazis hacia finales del ’44 y recuperada definitivamente en el ’45 por los Monument Men. Este equipo de expertos en arte, creado por Roosevelt, encargado de rescatar y preservar grandes obras artísticas en tiempo de la Segunda Guerra Mundial, ha sido homenajeado en una reciente película, protagonizada y dirigida por George Clooney, que tiene fuerte deuda con Ocean’s Eleven de Soderbergh y toda su secuela, ya en el guión como en parte del elenco.
La Sint-Salvatorskathedraal, que data de los siglos IX-XV, es la parroquia más antigua de Brujas. Posee valiosas tumbas medievales y cuadros de Dirk Bouts y Hugo van der Goes, pero se destaca especialmente por su torre de estilo neorománico, aunque la aguja, la nave y la cabecera son góticas.
Me tiento con visitar el Groeningemuseum y su maravilloso acervo, que comprende obras de los Primitivos Flamencos, como Jan Van Eyck o el extraordinario El Bosco, del cual se exhibe el perturbador Tríptico del Juicio de Brujas (s.XV), así como piezas maestras del neoclásico, del expresionismo flamenco y del arte de posguerra. Muy cerquita está también el Gruuthusemuseum, lujoso palacio que alberga una interesante colección de objetos que ilustra el interior de una casa señorial de la Baja Edad Media, entre los que se lucen particularmente los tapices que adornan la Sala de Honor.
Tal lujo, así como la sugestiva arquitectura, debe entenderse como fiel reflejo de la prosperidad económica que tuvo Brujas entre los siglos XV y XVII, lo cual no solo atrajo a ricos comerciantes que ocuparon majestuosos palacios, sino que fue mecenas y musa inspiradora para numerosos artistas que la convirtieron en un poderoso panal cultural.
Sin embargo, tras convertirse en escenario de múltiples enfrentamientos entre el s. XVIII y el XIX, fueron necesarias diversas oleadas de restauración para recuperar lo que hoy es uno de los centros urbanos más atractivos de toda Europa.
:::::: Quizás sus cualidades de hechizo justifiquen que el nombre Brugges, que significa puentes, curiosamente haya sido ‘traducido’ al español por Brujas, que evidencia una apenas tímida asociación fonética. ::::::
Con la mirada cautiva
Sin dudas, el recorrido en lancha por los canales es un paseo ineludible para ver los grandes caserones que nacen desde el agua, o las ventanas saledizas y las terrazas que se asoman a nuestro paso. Esto lo aprendí en Copenhague hace algunas semanas: las ciudades se ven distintas desde allí abajo; al igual que desde más arriba, y pienso en los casi cuatrocientos escalones del Belfort, que ya apreciamos desde el Muelle del Rosario, campanario de uso civil cuya vista panorámica es de una belleza tal que recuerda a otros enclaves medievales como Tallin (Estonia) o Dubrovnik (Croacia).
Debajo de este emblemático edificio, es digna de señalar la Dalí Xpo-Gallery, que posee una fantástica colección de pinturas, dibujos y esculturas del maravilloso artista catalán, aunque un poco perjudicada por el intento de una decoración ‘daliniana’ que sigue convenciéndome de que los museos que quieren transformarse ellos mismos en exhibidos casi sistemáticamente la pifian.
Al igual que el imponente neogótico del Palacio Provincial, el Belfort se alza desde la gran plaza mayor Grote Markt, punto que articula el total del casco histórico, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2000. Allí, rodeadas de restaurantes y puestos de papas fritas, se erigen las estatuas de Jan Breydel y Pieter De Coninck, héroes de la resistencia flamenca durante la dominación francesa de principios del XIV, cuando los canales, que hoy están bajo tierra, atravesaban la explanada.
El Belfort, majestuoso por la notable arquitectura de su torre, su reloj y por coronar dicho centro neurálgico, cumple un rol singular en la enclenque In Bruges (2008), protagonizada por el cejudo Colin Farrel –cuyo personaje se pasa de principio a fin maldiciendo Brujas- que evidencia en su mediocre trama una excusa para homenajear al poblado.
Por las perpendiculares, que ofrecen una vistosa exposición de pasacalles, me deslizo hacia la Basílica de la Santa Sangre, en uno de cuyos establos se conserva sangre del propio Cristo, traída por un Caballero de las Santas Cruzadas, y que en la serie belga británica The White Queen (2013), basada en parte de la vida de Elizabeth Woodville, esposa de Edward IV, representa la Torre de Londres del siglo XV, así como otras locaciones de la ciudad encarnaron otros lugares paradigmáticos de la corte inglesa de la época. Su colorido interior, los vitrales y el simpático púlpito son sin dudas su mayor atractivo.
:::::: Brujas, entre otras reliquias, posee el Club de tiradores San Sebastián, único en el mundo con sus más de seiscientos años, y la Brouwerij De Halve Maan, cervecería del siglo XVI. ::::::
Un paseo por la arboleada Groenerei, a lo largo de uno de los brazos del canal, admirando las encantadoras fachadas de los edificios de estilo flamenco, con sus variopintos detalles, o las arcadas ancestrales de los puentes Meebrug y Peerdenbrug, me deja en la zona de las Antiguas Murallas, pulmón que acompaña el curso de agua que rodea casi por completo al casco histórico, y que aloja típicos molinos del siglo XVIII. Hoy se conservan cuatro puertas medievales originales: la Gentpoort, la Ezelpoort, la Smedenpoort, que posee una calavera de bronce en representación de la cabeza del traidor Vander Straeten –que fuera exhibida luego de permitir la entrada de tropas francesas enemigas durante el siglo XVII-, y la Kruispoort, por la cual ingresaron las invasiones de Carlos V, Napoleón, y la del ejército alemán.
Tras descansar tumbado en el pasto, decido un camino alternativo volviendo hacia el Centro. Me doy una vuelta por la Plaza Jan Van Eyck, frente a la casa/taller del pintor y a la antigua Aduana, bordeando el canal Spiegelrei, que posee otra guapa estampa de la villa en el codo que hace el curso de agua, con el Poortersolge y su gótica torre en punta de fondo. Este edificio, ubicado en lo que fue el antiguo puerto de Brujas, centro de reuniones de la incipiente burguesía del siglo XV, exhibe la escultura de un oso, considerado el primer habitante de la región, que integra el escudo de la ciudad y representa a una agrupación medieval que organizaba justas y torneos.
:::::: Brujas se conoce, entre diversas atracciones, por su larga tradición en la producción de chocolates de excelente calidad, lo cual impregna con sublimes fragancias sus callejuelas. ::::::
Otros diversos caminos del placer
Extasiado por tanta belleza, me siento un par de horas a tomar diferentes tipos de cervezas, bien frías, que sabiamente acompaño con mejillones y papas fritas, en una zona muy concurrida por los estudiantes cercana a la Grote Markt. Luego será el turno de saborear los típicos waffles belgas, de vainilla y canela, con miel de maple caramelizada, nueces picadas y moras.
Con la caída del sol, las campanadas dan a la ciudad, embadurnada de sombras, un aire lúgubre y sugestivo que obliga a revisitar recovecos, ahora solo con lo que las amarillentas bombillas, o acaso la luna, nos permiten ver. Y entonces aquellas construcciones medievales develan su fase más bella, una diferente textura. Las formas que se dibujan en la superficie de los canales espejando la magia de Brujas, las construcciones con sus torrecillas que descienden hasta tocar el agua, las arboledas, las luces de las guirnaldas, los puentecitos de piedra que parecen pintados. La alfombra brillosa del empedrado bañado por las luces de bares, restaurantes, cafés y farolas da cuenta del intenso movimiento de quienes disfrutan de algunos de los chopps más deliciosos del mundo, o de quienes no dejan de recorrer y seguir descubriendo.
Cruzo a paso lento, admirativo, la gran plaza de Burg, otrora una importante fortaleza amurallada, con su iluminado Ayuntamiento de estilo gótico florido. La bohemia y acogedora Plaza de los Curtidores se luce aún más íntima, aun con el bullicio de los parroquianos que ocupan las decenas de mesitas. Y yo apuro el paso para perderme en la noche…
© Pablo Trochon
texto publicado originalmente en Seisgrados hace pila.