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Moscú, el Este evasivo

Pablo Trochon

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De una ciudad empeñada en no dejarnos ir, los preciosos diseños de las basílicas y la arquitectura masiva de los palacios, murallas y monumentos son las gratas imágenes que el viajero se llevará. Un pueblo distante, un idioma imposible y una cultura diferente son los desafíos para quien quiera hacer algo más que tomar fotos, comprar matrioskas y lucir sombreros cosacos fluorescentes.

Se podría buscar y encontrar un manojo de motivos por los cuales los habitantes de este país ciclópeo exhiben ese carácter tosco: el clima inexorable, la cruda historia, una economía muchas veces reticente, los tenaces resabios del régimen comunista, pero la razón primera debiera escarbarse en uno de los rasgos de la comunicación no verbal, casi ausente para con el foráneo.

La sonrisa aquí no acontece con frecuencia porque, en su uso de cortesía, puede ser leída como síntoma de falsedad por lo que tampoco es habitual andar sonriendo a extraños, ni hacerlo mientras se hacen cosas serias como trabajar o estudiar, ni replicar la expresión facial porque sí. Además, de existir, signo de una razón bilateralmente entendida, procura no mostrar demasiado los dientes y no pecar de nuestra sonrisa de caballo. Es decir, los rusos sonríen como sincero reflejo de un estado de ánimo óptimo y del afecto, lo cual en definitiva no es algo tan malo, ¿no?

Conocer esto quizás evite el choque cultural más fuerte que sufre el extranjero, que muchas veces se siente rechazado, y no derive en que, por ejemplo, 54.000 votantes elijan en Trip Advisor a Moscú como la ciudad menos amigable del mundo este año. Quizás.

::::::Las cruces rusas poseen tres travesaños: uno con una inscripción, otro para los brazos y un tercero porque, en la tradición ortodoxa, los pies de Cristo fueron atravesados por separado.::::::

En el rojo corazón de la ciudad

Llegamos en un tren que se asemeja bastante a un campamento gitano pues carece de compartimientos y, por ello, la gente deambula comiendo, semidesnuda o en pijama. Sin embargo, y ayudado por la exquisita pizza con verduras, hongos y salami que cené en la Estación Central de San Petersburgo, he dormido súper cómodo en mi litera.

Son las cinco y media de la mañana y Moscú amanece con un poco de frío. La simbología e iconografía heredadas del soviet todavía se aprecian en todos lados, al menos en las grandes ciudades, inclusive en los caricaturescos uniformes de inspectores y maquinistas, y perduran a través de los souvenires. La hoz y el martillo entre laureles son insignia indeleble de esta urbe.

:::::::La estaciones de metro, algunas veces casi palaciegas, son conectadas por una red tercera en el mundo por su extensión, después de Londres y Nueva York.:::::::

El desconcierto también es casi un hábito porque la mayoría no habla inglés, hay mucho ruido en la comunicación y no hay mapas de la ciudad. El hecho de que en Moscú no haya una oficina oficial de turismo es significativo en este sentido.

Poco antes del mediodía, mientras hacemos la fila para visitar el mausoleo de Lenin y, con vergüenza y hambre, devoro un combo del Mc Donalds frente a La Plaza Roja –alegoría de los tiempos que corren-, transcurre el cambio de guardia. Resulta chistoso el paso por demás ampuloso de los soldados, cuya elongación supera los 90º, ante la Tumba al Soldado Desconocido, monumento en honor a los caídos en la Gran Guerra Patria contra las fuerzas nazis, donde una llama eterna brota de una estrella de cinco puntas bajo el lema “tu nombre es desconocido, tu hazaña es inmortal”.

El control de seguridad es muy riguroso, como todo lo que refiere a normas en este país, y se impide ingresar con mochilas, cámaras, celulares, etc. Atravesando una larga fila de tumbas de otros íconos comunistas, descendemos a un sitio oscuro y altamente custodiado donde, en medio de una luminaria fantasmagórica, vemos lo que nos dicen que es Lenin, o al menos al muñeco que lo representa. Los guardias no permiten detenernos a admirar el rigor mortis que descansa en un ataúd a prueba de balas, solito después de que echaran a Stalin a afuera, a la intemperie.

Visito la Catedral de San Basilio, colorinche templo ortodoxo que se asemeja a un artificio de juguete, sito en la gran explanada de la Plaza Roja e inmortalizado en los 80’s por el videojuego ruso Tetris. Su arquitectura y diseño, que provienen del siglo XVI y que tomaron forma por orden del zar Iván el Terrible, son verdaderamente cautivantes. El entrecruzamiento de influencias bizantina, asiática y renacentista hace de este edificio majestuoso uno de los puntos más hipnóticos del lugar, junto con el avasallante Kremlin, ícono mundial del gobierno ruso y fortaleza real donde actualmente reside el presidente. Pese a su belleza, sin embargo, los asesores de Stalin intentaron destruirla para ampliar el espacio para los desfiles y, mucho antes, fue utilizada como establo por las tropas de Napoleón, de igual modo que los nazis hicieron con la Gran Sinagoga de Budapest, la segunda más grande del mundo.

Su intrincado interior, entre las diversas capillas, atraviesa varios murales, molduras y retablos excepcionales en un estilo recargado que me recuerda, tradición morisca mediante, a la Alhambra en Granada. De uno de los receptáculos proviene el canto de un grupo de tenores, que retumba contra las cruces rusas.

Y entonces: el Kremlin está cerrado porque es la semana de la independencia y solo habilitan los claustros de la armería, donde se exhibe una vasta cantidad de objetos de singular diseño, y entre los cuales destaco la maravillosa colección de carrozas. Aunque la decepción es innegable, nos queda el espectáculo que desde afuera se aprecia del descomunal complejo: las decenas de cúpulas doradas de sus basílicas, las señoriales y pintorescas columnas de la característica muralla terracota, los refinados palacios y las fuentes de su alrededor.

Después de almorzar en My-My (se pronuncia mu -mu) un menú tipo buffet muy rico cuyos platos tenían nombres impronunciables y sabores inidentificables, recorremos los alrededores de La Plaza Roja, en donde pululan basílicas, callejas, peatonales, las líneas neoclásicas del prestigioso Teatro Bolshoy, enfrentado a la estatua de Karl Marx, y las Siete Hermanas de Stalin. Abundan los taco-aguja y los vestidos ultracortos de delgadísimas princesitas rusas desfilando por ahí, así como adustos caballeros con botas de cuero de algún reptil.

:::::::::::Debajo de un afiche de Selena Gómez, se anuncia un concierto de Natalia Oreiro, único personaje coterráneo, junto con Cavani, que los rusos conocen.:::::::::::

Por sus arterias…

Conseguimos unas bicis y bordeamos por varios kilómetros el Moscva, río emblema de la capital rusa que a su paso deja varias islas como la que cobija al Kremlin, hasta el Estadio Olímpico Luzhnikí, sede de los Juegos Olímpicos de 1980. Constantemente se cruzan pequeñas embarcaciones que lo transitan así como puentes y grandes edificios ultramodernos que relucen con la puesta del sol.

El recorrido, que no es fácil de seguir dado que es la segunda ciudad europea más densa después de Estambul y la primera en tráfico, es muy lindo y el buen clima favorece el paseo. Por el rio de Moskva/ Bajo al Gorky Park/ Escuchando vientos nuevos/ Verano atardecer.

Así, al intentar agarrar la autopista de regreso y, sin poder apartarnos de la poderosa corriente de automóviles y camiones, terminamos en un páramo desconocido. Ya es de noche. Nuestro anfitrión no puede ayudarnos porque por teléfono no podemos pronunciar los nombres de las rutas, que identificamos gracias al gps y al mapa. Tres guardias de un parking, espontáneamente ante nuestro desconcierto, nos dan algunas instrucciones gestuales que nos permiten volver a casa.

Una vuelta más

Primero tengo problemas en migración porque no creen que Uruguay no necesite visa, al igual que ocurrió al ingresar al país, proveniente de Tallin, la deslumbrante capital de Estonia. Después interpretan que mi pasaporte está cancelado por el sello de “página no utilizada”. Como si fuera poco, cierran el boarding cinco minutos antes, sin razón alguna y sin hacer la última llamada, y nos hacen perder el vuelo.

Queremos huir a cualquier punto del planeta pero lo más barato es pagar la injusta multa, cambiar el vuelo y esperar a mañana. Decidimos no dejarnos llevar por la bronca y visitamos el muy bello Monasterio Novodévichi, que data del s. XVII, en cuyo soleado patio aloja diversas capillas, tumbas y una hermosa torre escalonada y torcida.

Rodeamos el colosal Monumento de Pedro el Grande, un poco exagerado ya que él no quería Moscú y fue quien corrió la capital a San Petersburgo, y nos adentramos en el por demás interesante Parque de las Estatuas, que alberga centenas de piezas, algunas de carácter histórico, entre las cuales la gente toma sol, lee, charla y juega.

Estamos muertos de calor, hambre y cansancio cuando desembocamos en la Catedral de Cristo el Salvador, templo ortodoxo más alto del mundo coronado de doradas cúpulas y reconstruido en la década de los 90’s, tras ser destruido por el Soviet. Aquí mismo, en febrero de 2012, las Pussy Riot eran encarceladas tras irrumpir en el recinto cantando a la Virgen María para que echara a Putin del gobierno. Tres de ellas aún cumplen condena y sería liberadas este año. Todos los feligreses se arrastran para hacer reverencias/ El fantasma de la libertad está en el cielo/ El orgullo gay se envía encadenado a Siberia/ El líder del KGB, vuestra más alta Santidad,/ Envía y escolta a los manifestantes a prisión.

Por la noche, después de pasear por las inmediaciones de la Universidad, entre sureños corriendo como locos picadas en autos viejos por las veredas, motoqueros y gente tomando, vamos al café Галактика (Galáctica), un sitio súper bizarro en el medio de la nada en el que, cada quince minutos, la estruendosa música explota y desfila un grupo de odaliscas rusas que baila con los clientes árabes. Es un poco extraño estar comiendo gambas con tales bellezas bailando semidesnudas al lado de tu mesa, con sus ojos como estiletes. Fumamos shisha de melón, menta y pasas de uvas pero no me gusta. Un parroquiano que festeja el nacimiento de su hijo invita champagne a todas las mesas.

::::::::::::Las Siete Hermanas

Este emblemático ejemplo de la dura e imponente arquitectura comunista es un conjunto de rascacielos impulsado por Stalin entre los años 40 y 50, en cuya cúspide, en varios de ellos, se destaca una antena con la roja y señera estrella del soviet. El octavo edificio, el Palacio de los Sóviets, que hubiera medido 389 mts., más una estatua de Lenin de 100 mts., nunca se concluyó por la entrada de los nazis a la Unión Soviética. En ellas funcionan la Universidad Estatal de Moscú, el Hotel Radisson, un edificio de viviendas, el Ministerio de Asuntos Exteriores, la Plaza Kúdrinskaya, el Hotel Hilton y el edificio de la Plaza de la Puerta Roja.:::::::::::::::::::

Retirada con polka

En el aeropuerto nos informan que mi amiga no puede salir del país por la visa vencida, y el empleado que ayer nos aseguró que no habría problemas no ha venido. En una hora, atravesando las diferentes terminales, hacemos la visa nueva, el check in y logramos sortear la fila de control de equipajes y la de migraciones donde, nuevamente y casi produciéndome un surmenage, me hacen problemas por ser uruguayo. Llegamos a la puerta de embarque con lo justo y nos informan que el vuelo está demorado una hora y media. El no avisarnos de ese margen ante nuestra angustia, corona el maltrato, la indiferencia y la amenaza de no permitirnos abordar. La compañía se llama Transaero, ustedes ven.

Luego de tal odisea, y el día en que se conmemora la Declaración de la Soberanía Nacional de la Federación de Rusia de 1990, nosotros recuperamos la nuestra. Solo al llegar a Vienna acontece el alivio y, claro, la sonrisa. Una sonrisa que nos acompañará en las tres horas hacia Budapest. But no matter, the road is life.

© Pablo Trochon

texto publicado originalmente en Seisgrados hace ya.

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