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Trip [New York, 2010 parte 1]

Pablo Trochon

New York_edited

Vengo del apacible Mount Kisco, a una hora de aquí, de pasar una confortable navidad con pavo y sin fuegos artificiales, pero logrando que mis anfitriones abrieran los regalos a las doce. These vagabond shoes, are longing to stray / Right through the very heart of it / New York, New York.

Desayuno en un Deli de la absolutamente maravillosa isla de Manhattan, atendido por latinos que insisten en hablarme en inglés, mientras comienza a nevar y de a poco se cubren de copos con forma de estrella las calles, los autos, los transeúntes.

La alfombra blanca se despliega en el Central Park, y baña a Jacqueline Kennedy Onassis. Los colores, las bandadas de patos, los juegos infantiles desiertos y las esculturas resaltan sobre el níveo furioso y los lagos congelados. Los copos se redoblan mientras el espectáculo se hace tormenta y yo gozo plenamente andando en mi sobretodo. Paso por el memorial Strawberry Fields, frente al decimonónico Dakota apartment, donde hace treinta años y dieciocho días alguien se llevaba a Lennon.

En algún café de la Columbus Ave. me cobijo en un bourbon mientras observo embelesado la furia de la ventisca que en breve bloqueará todos los aeropuertos del área por dos días.

Repuesto, pateo hasta el complejo cultural Lincoln Center, también en el Upper West Side. Su arquitectura magnificente, alberga, por ejemplo, la Metropolitan Opera, la Filarmónica y el American Ballet Theatre, y a cientos de personas que se guarecen del clima. Del metro emerjo a unas gigantescas bolas navideñas nevadas sobre una cascada y, mirando el Radio City Music Hall con una rara fascinación, me clavo unos gyros turcos de carne, con salsa tzatziki, salsa picante y lechuga en flat bread.

A través de edificios absolutos entre la fina futuridad y los bellos estucados, con sus escaleras de emergencia y tanques de chapa, algunos conectados entre sí por pasarelas, lucho contra el frío a medida que se van bloqueando las calles de una ciudad apenas transitada. El majestuoso edificio de la Chrysler, iluminado en la nevisca y más allá el Empire State solemne, mientras circulo por veredas que se han reducido a pequeños senderos escoltados por autos estacionados ya sepultados. Ruge el vapor saliendo por las ventilaciones del Metro, en el gran nodo de la ampulosa terminal Grand Central.

Tras un baño reparador, en un lento taxi rompehielo vamos patinando al Dizzy’s Club a ver a Paquito D’Rivera en un espectáculo de Tango Jazz: es un sitio pequeño, con luces bajas, mozas interesantes y un escenario decorado, a través del gran ventanal, por oleadas de nieve. La banda es profesional, pero hay demasiado talentismo, poca emoción, poco tango; se vislumbra Viejo smoking, chistes como que Piazzolla es el destructor del tango. Ástor tocó, muy cerca de las cenizas de Lennon, en el Central Park (cual jardín de senderos que se congregan) con la orquesta del imposible Lalo Schifrin meses antes que mi madre me llevara a verlo en el Chateau Carreras, en Córdoba. Tenía siete años pero el estadio gigante y el marplatense que desató una tormenta como la de hoy. Un año después, 1988, mi vieja me hizo ver Imagine, de la cual solo me gustaron las escenas de John y Yoko en bolas. Y ahora yo estoy en medio de todo esto. Madonna dice que NY is a state of mind, not a place, it’s a fuck you attitude y le creo.

Envuelto en un snuggie violeta barney que será sensación entre mis amigas de Montevideo, y que he comprado en una de las insomnes farmacias CVS, adivino que ha dejado de nevar. Comienza la hermosa ciudad a tupirse de tribus y a asquearse en su lento deshielo tras liberarse de la naturaleza. Sin embargo, el ciudadano del mundo se encuentra a sus anchas en este sitio, seducido por su constante explosividad, cómodo y lejos de toda ajenidad.

Cumplo con algunos rituales básicos: visita a un Rockefeller Center adornado con pinitos, adornos navideños y turistas impacientes; algunos patinan bajo la emblemática estatua de Prometeo. Más allá, también sobre la Quinta Avenida, Atlas sostiene un mundo nevado enfrente a la cautivante y neogótica St. Patrick Cathedral, en plena misa, también atomizada por flashes y una circulación obscena de curiosos. El ataque impune a los espacios públicos bajo la filosofía del take the picture & run es exasperante: nadie disfruta nada, nadie ve lo que retrata, todos acumulan megabytes en las tarjetas de memoria. Hoy, veinte años después, Patrick Bateman probablemente se hubiera suicidado… ta’ me puse bobo.

Con los pies húmedos y congelados estoy en la cincuenta y tres oeste en cola al MoMa. Este museo es una sobredosis de arte plástico y como tal provoca de todo: los que pasan frente a monstruos de la historia de la pintura como si nada, o los entendidos que se quedan por minutos frente a obras como el Abstract Painting de Max Reinhardt. Tres horas en ese paraíso, entre De Chirico, Rivera, Frida, Picasso, Van Gogh, Monet, Matisse, Polock, Dalí, Klimt, Klee, Kandinsky, Miró, Gauguin… Me como un burrito reparador acá en la Sexta Ave.

Cierro la jornada yendo al cementerio Calvari en Queens: en el camino pregunto a cuatro personas por el horario de atención y todos, religiosamente, luego del desconcierto, hacen chistes en torno a la idea de que los muertos no se van a mover de ahí; sin embargo, cuando llego ya está cerrado. Días después, en Boston, las tétricas lapidas de Kings Chapel, Granary Burying Ground y Phipp’s Street Burying Ground que datan del siglo XVII colmarán mis expectativas.

Otra siestita en el hostel y salir a curtir la noche gringa. Típico bar con pantallas pasando diferentes deportes, rocola, pool concurrido, luces cheese, pibitas lookeadas con chabones granudos y con medio calzoncillo afuera. Menú, además de las diferentes cervezas: quesadillas, chicken wings with ranch dressing, chips n’ salsa, onion rings. Condenada ciudad, solo vos te vas salvando porque pa' mi sos un sueño /del que quiera Dios que nunca me vengan a despertar. But no matter, the road is life.

© Pablo Trochon

publicado originalmente en Freeway cuando yo era joven

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