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Trip [São Paulo, 2010]

Pablo Trochon

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Por la Avenida Paulista, que como un gran nervio mantiene la sinapsis de la ciudad, la gente, el semblante de la gente, no transmite al visitante el stress del polo financiero. No me siento abrumado por la gran metrópoli de más de once millones de habitantes, como cuando cruzo a Buenos Aires.

Extraño lo que puede esta ciudad, ni siquiera los trastornados guionistas de la acalambrante Lost podrían elucubrar el misterioso cifrado que (des)ordena los factores y los (des)alinea en ricas pasarelas. He venido a dar talleres en instituciones que dan cursos de español como segunda lengua, y por ello mi tiempo es escaso. Apenas para mezclarme con la ebullición estudiantil que se escurre por entre la inmensidad de la Ciudad Universitaria Armando de Salles Oliveira, en la zona oeste, comer una gloriosa feijoada sabatina con algunos amigos en Chopp Escuro, en la zona gay friendly del centro, caer no sé bien por qué a la exposición de los angolanos Kiluanji Kia Henda y Mosquito Nastio donde me cruzo con el fotógrafo argentino Marcelo Brodsky, cuyo foco es un incansable denunciante del terrorismo de estado en todo el mundo. SP, yo nada entiendo de la dura poesía concreta de tus esquinas. Qué quiero decir. Que cuando estoy ahí en Soso arte, emplazado en un antiguo hotel deshabitado, tomando cervezas con gente despierta en la mítica avenida São João oscurecida y circundada por indigentes (separados de los sirupíticos artistas y su cola de seguidores apenas por una cinta), no puedo imaginar que alguien me invitará a ver a Fito Paéz (junto a Nando Reis), a quien nunca vi en los 17 años que viví en Argentina, principalmente porque no me interesaba, y menos imagino que aceptaré y terminaré bailando como un enfermo. Eso sí, gratis; pagar no da.

Cómo es que voy a parar al bar Unha de gato de la zona rosa en la trendy Vila Madalena, donde el segundo piso está reservado para as meninas (y no precisamente las de Velásquez), a razón de strippers y alcohol gratis, para presenciar una batalla campal (con sillazos incluidos) al son de una orquesta de samba que recién deja de tocar avanzada la piñata, y cuando las mujeres ya se arrancan las mechas y los botellazos festejan el comienzo de la noche.

Decía, camino por la arteria paulistana, bordeo el MASP (Museu de Arte de São Paulo) que parece sostenerse en nada, y me pierdo por callejas que me llevan al ondulado edificio Copan, donde dicen las malas lenguas que viven cinco mil personas, y acabo en la hermosa Praça Ramos de Azevedo desde donde se aprecia el Teatro Municipal de São Paulo, escenario privilegiado de la fermental Semana de Arte Moderna de 1922, y el Viaduto do Chá con sus arboledas y sus gigantescos murales. Paso la Iglesia de Largo Santa Efigênia, por entre los sembradíos de baratos artículos electrónicos, cuya belleza es solo opacada por la Catedral Metropolitana de São Paulo.

Desemboco en el Barrio Japonés, cito en el distrito de Liberdade, de una ciudad que alberga la población más grande de japoneses fuera de su país; que por su congestionamiento de tráfico y de millonarios que la habitan posee la segunda mayor flota de helicópteros del mundo, solamente superada por New York (niu iorki, en portugués); tupida de edificios que se clavan en el cielo como escenografías futuristas de una megalópolis que no se corresponde con la realidad de la mayor parte de la población; con una oferta cultural monstruosa, abominable. A cidade não pode parar.

Pero el privilegio de mi visita late en el Parque do Ibirapuera, detrás de skaters, bikers, patinadores, largas florestas, en el Pabellón Ciccillo Matarazzo. Este año se celebra, como cada dos años, la 29ª Bienal de Artes de SP. Esta admirable muestra de arte contemporáneo favorece una verdadera democratización del acceso a los bienes culturales en su gratuidad, algo no menos importante si consideramos la calidad curatorial que la caracteriza. Aunque, si vamos a sincerarnos, el pelaje de la oferta es bastante irregular, pero claro, alberga 800 artistas, quizás debamos enfocarnos en los que sí deleitan, destilando inteligencia y talento detrás de sus propuestas estéticas, como Henrique Oliveira y Anna Maria Maiolino, entre otros nombres que no retengo.

Me impacta sin dudas la propuesta de Gil Vicente que luego me entero ha levantado polémicas entre diversos actores sociales, quienes han llegado a pedir el destierro de sus obras. Inimigos es una serie de retratos de carbón que se cotiza en doscientos sesenta mil dólares, en los cuales se lo ve al propio Gil ejecutando, por ejemplo, a Lula, al Papa, a la reina Isabel II, al ex primer ministro israelí Ariel Sharon, al ex secretario general de la ONU Kofi Annan y al presidente de Irán Mahmud Ahmadinejad. Es fuerte, pero Gil ha decidido evitar la representación del instante posterior, en el cual la masa encefálica salpica al espectador. A transformação permanente do Tabu em totem.

La Orden de Abogados de Brasil se horroriza y grita: apología al crimen. Se agita, se golpea el pecho y dictamina: "aunque una obra de arte libremente y sin límites exprese la creatividad de su autor, debe tener determinados límites para su exposición pública". Afortunadamente la Bienal se caga en los pacatos. Eduardo Campos, gobernador de Pernambuco y protagonista de uno de los cuadros, admite paliducho que le choca verse siendo asesinado pero defiende la permanencia de la muestra en la Bienal.

Eu vejo surgir teus poetas de campos, espaços / Tuas oficinas de florestas, teus deuses da chuva. Todavía quedan edificios antiguos que se mantienen debiluchos entre la imponente carcaza de las torres, mientras los metros y los miles de autos se congestionan, se trancan en el enlentecimiento. Y yo con mi baurú. No sé si SP realmente tiene que ver en algo con mi experiencia, pero se me agolpa Brodsky, y la piñata al ritmo de samba, y los japoneses, y los millonarios sobrevolando en helicóptero, y Fito, y la feijoada y Gil asesinando líderes mundiales. Voy rumbo a Guarulhos. But no matter, the road is life.

© Pablo Trochon

publicada originalmente en Freeway hace pila

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