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Trip [Los Angeles, 2011]

Pablo Trochon

Kick my ass for one dollar, reza el cartel de un punkie tirado en la rambla de Venice Beach, cercano a los motivos oceánicos de una especie de tótem psicodélico. Pasos más allá, anuncios de consultas con médicos express que recetan marihuana para uso medicinal: con solo adscribir a alguna de las enfermedades prescriptas, que van desde migraña a SIDA, somos beneficiarios de un generoso paquetito ziploc de verde y fresca hierba. Yo, que soy sensiblemente más aburrido, tomo un helado granizado de dos bochas.

La oferta del paseo se extiende una larga fila de puestos de artesanos y a coloridas tiendas de artículos de playa, refrescos y souvenires de lo más kitsch y cute que puédamos imaginar. Gente tocando el piano, viejos hippies pretendiendo vender algo, lúmpenes arrastrando tuneados carros de supermercado con basura de la buena, no como acá. Desfila freakie people; no tanto como en San Francisco, no tanto como el hombre de la camioneta hipster que veré treinta minutos después, en la desierta Santa Mónica, y que es lo más parecido a Papá Noel que he visto en mi puta vida.

A pocos metros del Pacífico, en la vasta playa escoltada por delgadas palmeras, se incrusta la plaza Skate Dancing donde unos cuantos muchachones hacen piruetas bajo el azul aplastante del mediodía. Un avión parece zarpar de la línea negra del muelle que se sumerge entre las olas de surfers, a la vera de los sesenta y ocho grados Fahrenheit; el centro de operaciones de los guardavidas bien podría ser una torre de control pigmea, aunque lejana a la fantabulosa de LAX, emparentada al Space Needle en Seattle. Somos pocos disfrutando de la arena; algunos corren.

Momento cultural: a las encumbradas instalaciones del Getty Center se accede por un simpático tranvía flotante que te eleva por sobre la San Diego Freeway. Se divisan condominios residenciales prendidos de las verdilocuentes colinas. Es excepcional la curvilínea arquitectura y concepción espacial de este caníbal de los museos (es muy fácil comprar arte para deducir impuestos cuando tu fundación es propietaria de una millonaria petrolera): pasarelas, puentes, escalinatas, caídas de agua, jardines ornamentales, canteros, esculturas re preciosas y la vista inmensa del centro del condado de Los Ángeles, y del mar más allá de los edificios. Me intereso por una exposición de Felice Beato, uno de los primeros fotógrafos en retratar el Lejano Oriente decimonónico; una firma compartida tras la cual se confundían dos hermanos. Es apasionante asomarse a un Japón de samuráis coloreados a mano, a ejecuciones y ejecutados de la rebelión india de 1857, a la cara cruda de la guerra y a la solemnidad de estoicos rostros petrificados en la imagen.

El cementerio nacional es un hermoso tapizado de bajas de vayaunoasaberquéguerras, coronadas por insulsos monolitos sin flores, que conmemora la cantidad de intervenciones en la política internacional: es preocupante la cantidad de espacio libre que aún queda. Pegadito, también en Westwood, está la marketinera UCLA, gran productora de atractivas porristas, buzos, gorritos y fraternidades que filman pornos en sus fiestas y vomitan a los pledges en la boca.

Aunque las radios californianas hayan privilegiado a Guns N’ Roses en gran parte de mi ruta, aunque Slash subsista tocando en casinos de Oregon, y aunque haya sido November rain el soundtrack de mi arribo por la interestatal oeste 10 a L.A. (en inglés, elei), mientras vamos por el Sunset Boulevard hacia Beverly Hills, me arrulla un tema de Marta Sánchez y Carlos Baute que estaba de moda cuando viajé a Guatemala en marzo pasado. Imaginemos: esas curvas de arboledas, palmas, anuncios cinematográficos y de Louis Vuitton, casas de colina como las películas de casas en las colinas, Brandon y Brenda, una sensación de no estar ahí realmente y Te envío poemas de mi puño y letra/ Te envío canciones de 4.40/ Te envío las fotos cenando en Marbella/ Y cuando estuvimos por Venezuela/ Y así me recuerdes y tengas presente/ Que mi corazón está colgando en tus manos.

El tráfico se acrecienta en los alrededores del Hollywood Boulevard, desde donde se monta y se catapulta a millones de pantallas en todo el mundo la imagen doctrinaria, proselitista, de una América; un simulacro y no de lo que ansían ser siendo. Turistas agolpados en las puertas del Grauman’s Chinese Theatre esperando la salida de alguien, cualquiera, el aguatero suplente de Hugh Hefner, pisoteando las estrellas y las firmas, esquivando limousines, gatos de alquiler, y personas que trabajan sacándose fotos disfrazados de grandes figuras del cine (está muy bien el rulito del que hace de Superman). Por lo pronto me conformo con haber visto cerca de la Universal City a Al Pacino andando en bicicleta, o algo que se parecía mucho; nice, no? Tan nice como que Oprah está estrenando su canal de televisión que, junto a su radio, su revista, sus libros y su fundación, conforma una cosmogonía en torno a lo que es ella, un gran reality show panóptico que deja por el piso al de Sarah Palin, favorita del entrañable Tea Party, firme candidata republicana a las elecciones presidenciales de dos mil doce (los mayas tenían razón; no así Mel Gibson) y cuya hija, embarazada a los 17 años, le disputa presencia mediática, tras participar del tinelliano Dancing with the Stars.

Con la caída del sol, el Saturn pasa el cilíndrico edificio de Capitol Records para desembocar en el carril rápido (de los seis que hay) de la 101 Highway, destinado a autos con más de un ocupante (en pos de la reducción del uso vehicular). Vamos rumbo al desértico Palm Springs, atravesando lugares con nombre hispano que pueblan las carreteras de un Estado que otrora fue México. Dejamos atrás la selva, como calificara Sal Paradise a L.A. Los cuatro mil quinientos kilómetros de viaje por la costa oeste están finalizando. But no matter, the road is life. Es miércoles trece de dos mil once, once upon a time…

© Pablo Trochon

publicado originalmente en Freeway hace un par de años

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